Images Copyright & Soundtrack

Las imágenes de este blog son tomadas, en su mayoría de Deviantart. Ninguna es de mi autoría a no ser que así se especifique en la entrada.
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Al final del blog hay una lista de reproducción que podría hacerles más amena la lectura de la historia. Espero la disfruten.
viernes, 23 de diciembre de 2011

Capítulo 9

-¡¿Estás loca?!
La bala había fallado por poco y había ido a dar a los rieles, produciendo un ruido tan fuerte que había hecho que Cassie tuviera que taparse los oídos. Temblando y con las manos llenas de sudor cayó de rodillas al frío y sucio suelo.
La sombra se acercó a la luz y pudo ver la silueta de David recortada contra la oscuridad, llevaba en la mano derecha una vara metálica, como si fuera una tubería cortada y la pierna de ese mismo lado estaba vendada a la altura del muslo.

Al ver a David toda aquella sensación de temor y opresión en el pecho de Cassie se había disipado a una velocidad tal que había hecho que se mareara un poco. Lentamente se puso de pie y, guardando el arma, se cruzó de brazos.
-El loco eres tú... ¿A quién se le ocurre llegar así sin avisar?
David continuó caminando hacia ella, apoyándose en la vara a modo de bastón, eso había era lo que había producido el ruido.
-Por supuesto, esta vara es muy silenciosa-. Soltó David con sarcasmo mientras se acercaba un poco más Cassie.
-¿Cómo rayos iba a reconocerte en esta oscuridad?
-Bah-. Fue lo único que dijo David antes de darle la espalda y llamarla para que lo siguiera.
Cassie observó los rieles con desagrado. Cuantas ratas y cucarachas no habrían pasado por allí... Probablemente en este mismo momento hubiera unas cuantas.
Pero bien, no podía ser peor que andar por la red de alcantarillado.
Tragó saliva y, con un gesto de asco, se apoyó en la plataforma con la mano para dejarse caer a los rieles.


David caminaba en silencio, llevaban ya tal vez diez minutos recorriendo el túnel y sólo en ese momento Cassie divisó un punto de luz a lo lejos.
-¿Funcionan todavía los trenes?
-No. Pero hay vagones aún en las vías... Vagones y otras cosas. Pero todas están muertas, así que es seguro estar aquí abajo.
Cass lo miró con el ceño fruncido. El concepto de "seguro" de David no le daba ni una pizca de confianza.
Anduvieron en silencio un rato más. Las vías del metro eran bastante complejas, lo que hizo pensar a Cass que la ciudad en la que se encontraban había sido de gran tamaño en algún momento. Se sorprendió al darse cuenta que comenzaba a preguntarse qué habría fuera de los muros de ladrillo y concreto que se habían alzado. Hacía años que no se preguntaba sobre eso, había decidido que esa parte suya era parte muerta, creía que lo único que le quedaban eran sus investigaciones para tratar de curar a Violeta. Sin embargo el recorrido por aquellas vías había hecho que algo dentro de ella se sacudiera.
Se llevó la mano a los ojos y los frotó con fuerza. No. No podía permitirse el volver a pensar en una vía de escape o tan si quiera en la posibilidad de que el mundo en el exterior estuviera contaminado, lleno aún de ese virus letal. No podía permitirse pensamientos diferentes a curar a Violeta, no podía distraerse. Aquellas esperanzas sólo harían que su objetivo principal se disipara. La tentación de huir de aquella burbuja artificial sería demasiado grande. Amaba demasiado a Violeta como para permitirse tal entretención.


Estaba tan absorta en sus pensamientos que no notó cuando David se detuvo y por poco chocó contra su espalda.
-Serás idiota que te quedas quieto de un momento a otro.
Ni siquiera se tomó el trabajo de prestarle atención. Sólo se limitó a señalar al frente.
Un vagón de metro descarrilado y con las puertas desencajadas se tendía frente a ellos. Dentro, una luz tenue alumbraba un par más de rostros, que escrutaban la oscuridad.
-Somos nosotros.
La luz, ahora dirigida hacia ellos, los dejó ciegos un par de segundos. Luego, se retiró al punto donde se encontraba antes.
Subieron al vagón, no sin dificultades, y se acomodaron en un par de sillas maltrechas.
La luz provenía de una linterna, puesta en precario equilibrio sobre un una de las sillas del vagón. Al parecer las baterías estaban a punto de terminarse y por ello apenas alumbraba.
El vagón estaba en un estado lamentable. Lleno de graffitis y polvo húmedo, lo que causaba manchones negros y pegajosos en casi todas las superficies, además, casi todo el metal parecía estar oxidándose y gran parte del vidrio en ventanas y puertas estaba roto y esparcido por el suelo. Y olían a descomposición.
Sentados frente a David y Cassie, junto a la linterna, se encontraban dos hombre sólo un poco mayores que ellos, sin embargo, su cabello estaba ya plagado de canas. Ambos llevaban guantes de látex, sin embargo, ambos se veían antiguos, incluso si realmente les llevaban sólo algunos años, parecía que aquellos dos hombres fueran de otra época. Se veían antiguos y se parecían tanto que podría decirse que eran hermanos. Con la nariz ganchuda y los ojos pequeños, anchos de hombros, delgados y bastante altos. Lo único que parecía diferenciarlos era que el de la derecha llevaba unas delgadas y gastadas gafas.
-Miguel, Gabriel. Cassandra-. Fue la escueta presentación de Esteban. Ambos hombres asintieron y Cassie se quedó sin saber cuál de los dos era Gabriel y cuál era Miguel.


-David, antes de cualquier otra cosa tenemos que informarte algo-. Habló el hombre de los lentes.
-Miguel, ¿no puede esperar?
-Es urgente.- Dijo el otro. Por lo menos ya sabía cuál era cuál.
-¿Qué es, entonces?- Apremió David.
-Encontramos otras muertas.
-¿Otras qué?
Los tres hombres habían volteado a observar a Cass. No había podido reprimir su pregunta. Sin embargo, no le prestaron demasiada atención.
-Cada vez hay más, creo que se están acercando. Si logran controlarlo, va a ser imposible cualquier movimiento a partir de eso-. De nuevo Miguel.
-Sabes que es peligroso. Tenemos que hacer algo-. Parecía que ambos se turnaban para hablar. Era tan preciso que los diálogos parecían ensayados.
Cass carraspeó. Los tres la miraron una vez más.
-Si pretenden que les diga a algo, creo que sería correcto que me informaran de qué trata la conversación.
El hombre de las gafas alzó los ojos sin mover la cabeza, como con escepticismo.
-La que pone las condiciones aquí no eres tú, ¿es preciso que te lo recuerde?- David la miró, evidentemente enfadado.
-Da lo mismo. El tema refiere a eso a fin de cuentas-. Gabriel había detenido el comienzo de la pataleta de David, que se limitó a cerrar los ojos con fuerza y descansar la cabeza contra la sucia pared. Se hacía obvio que no pretendía hablar, así que fue Miguel quien tomó la palabra.
-Ratas.
-¿Ratas? Las ratas mueren y hay montones de ellas. ¿Se están preocupando por una rata muerta?- El tono de la muchacha era casi burlón.
-Bueno, nosotros tampoco nos preocupamos mucho al principio,- continuó Gabriel,- pero la cantidad de ratas muertas en el subterráneo era cada vez mayor y el hecho de que apareciesen todas en el mismo punto lo hacía aún más sospechoso.
-Además de esto.- Miguel tomó una bolsa de papel del suelo y vertió su contenido en el suelo frente a Cassie. Tres cuerpos inertes de rata cayeron frente a ella, uno tras otro, aunque sin suficiente fuerza para salpicarle los zapatos.
Gabriel tomó la linterna y la apuntó hacia los animales. Cass se llevó las manos a la boca con preocupación, al comprender la magnitud del problema.
Los cuerpos de las ratas estaban prácticamente destrozados, como si se hubiesen estado peleando mientras morían, una de ellas ni siquiera tenía cola. retazos de carne ensangrentada, todavía con algunos cabellos adherida a ella colgaba de la boca de las tres ratas y las respectivas partes sin piel se dibujaban sobre el cuerpo de los animales. Una de ellas llevaba uno de sus propios dedos encajado en sus dientes.
Cassie ya había visto ratas muertas de esa forma, reconocía las heridas y sabía que se las habían hecho tanto a sí mismas como entre ellas. Cass había visto morir a muchas ratas de la misma manera en su laboratorio. La única diferencia era que ella las incineraba y luego echaba sus cenizas esparcidas en alguna caneca de basura del refugio.


-Eso es... Eso es...- Las palabras no lograban formarse en su garganta.
-El virus.- Fue David quién terminó la frase. Luego se giró hacia ella y la tomó por los hombros con fuerza, casi le hacía daño.- ¿Tienes algo que ver con esto?
-¿Serás tonto? Suéltame, me haces daño-. La muchacha se sacudía con fuerza, tratando de zafarse de los dedos de David. Sin embargo el apretón era demasiado fuerte.- Suéltame, imbécil. Yo incinero las mías, no soy tan descuidada de echarlas por ahí.
-Eso no es lo que nos preocupa. ¿Le has dado a alguien una muestra de la sangre de Violeta? Estás ayudando al gobierno, ¿no es así?
-Que no, idiota. Suéltame de una vez. Hubiese perdido a Violeta. ¡Que me sueltes, ya te dije!
Las últimas palabras de Cassie resonaron en los túneles de forma lúgubre. Un estremecimiento recorrió su cuerpo y dejó de forcejear. De igual forma, Dave la soltó también.
Se llevó las manos al lugar en el que David la había estado sosteniendo y lo miró con furia.
-Eres un completo imbécil. ¿No ves que escondo a Violeta por una razón?
Él se frotó la sien y dejó escapar un suspiro de frustración.
Miguel metió las ratas una vez más a la bolsa y observó a Cassie.
-Parecen lanzarlas desde una entrada del metro. Pero no hemos podido abrirla, está cerrada con cadenas, aparentemente.
-¿Por qué no la ubican entonces en un mapa, la buscan en la superficie y dejan de entrometerse en mis asuntos?- Les espetó.
-Si fuera así de fácil ni siquiera hubiese tenido que preguntarte algo. Sencillamente encontrábamos el asunto y ya está. Pero da a las instalaciones del gobierno. No podemos entrar así como así.- La voz de David sonaba un poco más calmada, incluso amigable, como si al escuchar que Cassie no era la responsable de aquello, un gran peso se le hubiese levantado del pecho.
-Si no tienes nada que ver, quiere decir que ellos, o alguien con acceso a sus laboratorios, está jugando con El Virus y que dispone de suficiente para jugar un buen rato con las ratas.- Miguel tomó las gafas entre sus dedos y las limpió con un pañuelo raído. No habían mejorado mucho, pero se las puso una vez más.
-¿Quieres decir que está buscando una cura?
-Una cura o una forma de hacerlo más letal.- Era el turno de Gabriel.
-¿De hacerlo más letal?- El miedo dio paso al enojo en el rostro de Cass y también en su voz.- ¿Más letal y ustedes toman las ratas con bolsas de papel y las van lanzando por ahí?- Se llevó el brazo a la nariz, para que la manga del abrigo filtrara el aire que respiraba. No sería completamente útil, pero por lo menos era algo.- ¡Por lo que sabemos, o sea nada, podría estarse esparciendo vía aérea ahora mismo!
Los tres hombres se miraron y se encogieron de hombros.
-No creo que las lanzaran aquí si así fuera-. Afirmó Miguel.
-Es cierto, aquella entrada por la que arrojan las ratas no es hermética, así que podría filtrarse. Supongo que al menos eso lo habrán tenido en cuenta-. Continuó Gabriel.
Recelosa aún, Cass bajó su brazo y los observó con fijeza. Daba lo mismo, ya había estado expuesta.


-En resumen, quieren que yo busque el origen de las ratas muertas-. Afirmó más que preguntó la muchacha.
-No precisamente, Cass-. Esta vez, David se dirigía hacia ella casi con pesar.
-Si bien es cierto lo que afirmas-, comenzó Miguel,- no es sólo eso lo que necesitamos.
Cassie les dirigió una mirada inquisitiva.
-Si lo que suponemos es cierto-, continuó Gabriel,- entonces tenemos que cambiar la estrategia en la que nos estamos moviendo.
Ambos hombres observaron a David, quien tomó aire y miró a la muchacha con fijeza.
-Cassie... Si las cosas están así, no podemos seguir entrando a hacer revueltas y a hacer distracciones, payasadas. Alguna de esas acciones podría terminar en la liberación accidental del Virus y se repetiría la historia-. Dave hizo una pausa y cerró los ojos.- No podemos quedarnos atrás. Necesitamos desarrollar una cura-. Cass lo observó un momento, tratando de llevar correctamente todas las palabras que iban saliendo de la boca de aquel antiguo amigo a su cabeza, tratando de dimensionar todo su significado.- Necesitamos a alguien que esté trabajando desde adentro, que nos informe de lo que sucede y que descubra el origen de las ratas... Pero también necesitamos que aceleres la creación de un antídoto. Debes hacer las pruebas que sean necesarias, todo lo que esté a tu alcance y lo que no.
-¿Quiere decir que van a ayudarme con mi investigación y cumplirán lo que les pida sin rechistar?
Dave abrió los ojos una vez más y los clavó en Cassie.
-Todo lo que te haga falta.
domingo, 26 de junio de 2011

Capítulo 8: Dios, parte I

El cuarto producía la misma sensación que el cielo gris en el exterior. La tormenta aún no comenzaba, pero estaba próxima y quedaba más de la mitad de la noche para escuchar al viento aullar y a las goteras caer dentro del balde junto a la puerta.

Había una sola cama y el pequeño estaba acurrucado temblando a pesar de estar bajo una manta raída. Cass miraba por la ventana sin poder lograr reunir el cansancio o el sueño suficiente para echarse también a la cama y dormir. No se atrevía a quitarse la peluca ni los lentes de contacto, daba igual si era sólo un chiquillo, quien sabe que rayos podría saber o a quien podría conocer.
Se dejó caer al suelo, deslizándose por la pared y se frotó la cara con ambas manos. No entendía del todo por qué había dejado que el niño la acompañara.
Un trueno retumbó y la lluvia se decidió a caer, un rayo iluminó la habitación, de nuevo, el trueno. El pequeño (a quien ni siquiera había preguntado su nombre) se sobresaltó y abrió los ojos. Se sentó mirando hacia afuera y como las gotas empapaban el exterior con rapidez.
-La lluvia nos limpia.
Cassie alzó el rostro para asegurarse que quien había hablado sí había sido el pequeño.
-¿Cómo?- Preguntó observándolo de reojo.
-Que la lluvia nos limpia. Lava lo que hemos hecho mal. Así llegamos más limpios al Cielo.
Cassandra se echó a reír.
-Tonterías. Dios no existe. Y si existe se ha ido de vacaciones a otro mundo. Ha decidido que un lugar como este no vale la pena cuidarlo.
El pequeño la miró, molesto.
-Eso no es cierto. Dios existe. Dios está entre nosotros. Dios nos mantiene con vida.
-¿Con vida? ¡¿Esto es vivir?! Todos los días me despierto sin desearlo. Cada noche es una tortura porque, al irme a dormir, sé que despertaré para ver más gris, más muerte, más lágrimas, más dolor y más y más. ¿Vivir? No niño, uno en este mundo no vive, sobrevive.
Él le lanzó una mirada indescifrable y luego se echó de nuevo sobre la cama, con las manos y los pies muy abiertos y extendidos sin decir nada.
Eso era todo lo que podía soportar por el día. Apagó la luz y se echó junto al pequeño, que ocupaba gran parte de la cama en la posición en la que estaba. No lo movió ni se arropó, sólo se quedó allí, mirando la pared, escuchándolo a él respirar, pensando en un ser que los había abandonado hacía ya mucho.

"La lluvia nos limpia. El agua lava nuestros pecados. No iremos a ningún lugar mientras el fuego que nos lacera la piel no sea extinguido por la lluvia. Será nuestro hogar el limbo mientras no decidamos deshacernos bajo las gotas de sal."


Se despertó sobresaltada, afuera la mañana apenas comenzaba y unos pequeños rayos de sol se colaban por entre las mugrientas cortinas de la habitación.
Tocaban su puerta con una insistencia insoportable. Se puso de pie con esfuerzo, como si la cabeza se le fuese a caer; le daba vueltas, se sentía hecha un desastre.
Antes de abrir se miró al espejo para acomodarse cualquier cosa que se le pudiese haber desacomodado del disfraz durante la noche.
Los golpes persistían y pudo escuchar que decían algo, pero no entendía.
Abrió de mala gana y se recostó en el marco de la puerta. Un hombre de aspecto despeinado y descuidado la observaba. Llevaba un jean roto y una camiseta sucia metida a medias dentro del pantalón, que se sostenía por un cordón y no una correa.
-Vamos, pelirroja. Ya pasaste la noche, es hora de que te marches.
Cassie lo miró con desagrado, le producían asco tanto su forma de vestir como su aliento nauseabundo y sus dientes amarillos.
No le respondió, se limitó a darle la espalda y a observar la cama, que estaba vacía. Se preguntó a donde había ido el niño, pero no le preocupó realmente. Tal vez había corrido con la suerte de que el niño entendiera que a ella no le importaba.
Salió de la habitación aún sin decir nada y esperó a salir para leer el papel que le había entregado David.

...

No era cierto, no podía ser cierto.
Estuvo todo el día rondando por ahí, tratando de conseguir contáctos sin éxito y ahora... Ahora se topaba con esto.
¿Quién rayos podía entrar ahí con ganas?
El agujero estaba cubierto por tablas y escombros y parecía que el techo estuviera a punto de caerse. No tenía idea como iba a abrirse paso hacia dentro, la dirección tenía que estar mal.
Observaba la entrada al subterráneo con desagrado. Había de esas por toda la ciudad, pero todas estaban selladas, descuidadas. Cuando había llegado al Refugio, que anteriormente había sido una ciudad bastante grande, las entradas al subterráneo ya estaban selladas y no quería ni imaginarse lo que pudiera haber allí dentro. Tal vez hasta quedarían retazos de la enfermedad. ¿Acaso David quería matarla? Le pareció poco probable, pero aún así la posibilidad estaba.
De igual forma, esa entrada al subterráneo estaba metida casi en el corazón de los barrios malos y parecía que alguien había removido un poco los escombros para dejar un pequeño agujero por el cual había que entrar gateando.
-Dios... David, tienes que estar bromeando...
Se agachó para me ter la cabeza por el agujero. Dentro estaba oscuro, sin embargo le pareció ver una luz a lo lejos, tal vez eran sus ojos jugando con ella.
Tragó saliva y entró con los ojos bien abiertos.


Una vez que estuvo dentro por completo pudo ponerse de pie. Lo que había visto era cierto, sí había una luz a lo lejos. Comenzó a caminar hacia ella.
Las paredes a su alrededor estaban hechas de baldosa fría y pintura descascarada. A medida que avanzaba las iba viendo con más claridad. La fuente de luz estaba a la vuelta de una esquina, aunque no se atrevía a llegar hasta allí aún, así que iba lentamente, observando todo. Como el piso estaba lleno de mugre, de polvo, de chicles viejos y pedazos de vidrios rotos y como las paredes iban dejando paso a otro par de corredores, posiblemente usados alguna vez para dirigirse a las diferentes líneas del subterráneo.
Si los túneles no estaban tapados, el laberinto podía conectar toda la ciudad, incluso las partes que se habían quedado fuera de las paredes de contención. Cassie se mordió los labios, estaba nerviosa, pero veía los pasadizos como una forma más simple de moverse por la ciudad. Aunque le preocupaba como iba a hacer para salir de allí si algo terminaba mal.

Llegó casi al final del pasillo y, haciendo acopio de todas su fuerzas, giró en la esquina hacia la fuente de luz mientras sostenía entre sus dedos la pequeña pistola que nunca dejaba lejos de ella.
Para su sorpresa, estaba vacío. Había una triste lámpara de neón blanco que titilaba a medio colgar del techo a la derecha.
Se encontraba en una plataforma del subterráneo y hacía un calor insufrible, le era difícil respirar, el aire estaba viciado, lleno de suciedad y de un olor dulzón que se parecía al de materia orgánica en estado de descomposición.
A su izquierda había unas escaleras a las que no se podía acceder, pues estaban tapadas por una reja de hierro, y más al fondo se extendía el túnel por el que debió de haber transitado el tren del subterráneo alguna vez.
A la derecha estaba la lámpara solitaria que ni siquiera se mecía por la falta de algo que la impulsara. Había algunas sillas de madera a medio deshacer, llenas de nombres en marcador. Sobre ellas un mapa, casi entero, de las siete líneas que tenía el subterráneo. Y a su lado un graffiti rojo que decía: "Dios se ha marchado".
Cassie bajó la mirada recordando la conversación de la noche anterior. Sí. Dios se ha marchado.
Más allá no había nada, sólo paredes manchadas y charcos de agua en el suelo, además del túnel del tren.


Todo parecía vacío.
Preocupada, se preguntó si debió de haber entrado allí alguna vez. Tenía que regresar.
Y se disponía hacerlo cuando comenzó a escuchar un sonido metálico, como de una vara de metal golpeando contra otra. Venía del lado derecho.
Lentamente alzó la pistola apuntando hacia la boca del túnel. No pasó nada, sólo que el ruido se hacía cada vez más fuerte, como si se acercara.
Le sudaban las manos y la cabeza, pero no era por el calor, era un sudor frío que la hacía estremecerse, su cabeza daba vueltas, le era sumamente complicado respirar y mantenerse en pie. Apretó el índice contra el gatillo y comenzó a temblar, el sonido era insufrible, iba a reventarle los tímpanos. Por Dios, que alguien la librara de esa agonía. El sonido hacía eco y se colaba por todos los poros de su piel, era terrible. La cabeza le martilleaba, podía sentir lo que fuera que se acercara cada vez más fuerte.
Cuando pensaba que no podría resistir más el ruido cesó de repente.
Cassie se quedó allí, estática, con el arma aún apuntando, con nubes de luces moradas en los ojos que no la dejaban enfocar y con los pies temblorosos. Un repentino temor de que alguien la tomara desprevenida por la espalda se apoderó de ella. Pero no se atrevía a voltear.
Luego de un par de segundos en silencio total que parecieron mil años, recobró el movimiento de sus piernas y comenzó a caminar lentamente hacia el borde de la plataforma. Se preguntaba si los rieles aún estarían electrificados y cuanto tardaría en morir si caía dentro.
Una silueta se asomó al borde del túnel lentamente, caminaba arrastrando uno de los pies y llevaba algo agarrado con la mano derecha, tal vez una vara de metal. Aquello era lo que producía el ruido.
Instintivamente, Cassie jaló el gatillo.

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Ximena Soto Osorio
Medellín, Antioquia, Colombia
Si todos nos empeñáramos en dejar de crecer y seguir viendo todo con los ojos de la niñez la vida se haría más hermosa y más real dentro de nuestra propia irrealidad.
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