Images Copyright & Soundtrack

Las imágenes de este blog son tomadas, en su mayoría de Deviantart. Ninguna es de mi autoría a no ser que así se especifique en la entrada.
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Al final del blog hay una lista de reproducción que podría hacerles más amena la lectura de la historia. Espero la disfruten.
martes, 28 de diciembre de 2010

Capítulo 7: El niño


David no le había hecho llegar ningún mensaje y ella no pensaba en ningún momento comenzar a buscarlo por su cuenta. Era mejor para ella mantenerse alejada de La Resistencia y de todo lo que pudiera causarle problemas con el Gobierno.
Para fortuna suya, muchos empleados habían huido despavoridos del edificio con la diversión de David y Rebecca, por lo que ella bien podía anotarse en esa lista y salvarse de un tedioso interrogatorio por no haber llegado al punto de encuentro.

Revisó la máscara anestésica una vez más antes de salir, hacerlo era una especie de tic, siempre tuvo miedo de que fallara. Nunca comprendió muy bien por que razón no se había contagiado cuando ató a Violeta en el cuarto de Andrés, pero jamás quiso arriesgarse demasiado a averiguarlo.
Entró al baño un momento para lavarse las manos. Se acomodó bien la peluca de un rojo brillante y los lentes de contacto verdes. Se puso unas gafas de sol y una chaqueta corta de cuero, negra.
Ya había pasado suficiente tiempo desde el incidente en el lugar de trabajo, debía comenzar de nuevo con sus actividades y buscar proveedores, lo que no era sencillo. Se reprochaba por como había terminado el último. Pero suponía que se lo merecía. Ella no iba a dejar que nadie la engañara.
Salió de la casa poco antes del anochecer y para cuando llegó a los barrios bajos había oscurecido casi por completo. No planeaba regresar a casa a pasar la noche, así que no iba a tener problemas buscando un sitio antes del toque de queda.
Los bares de esos barrios estaban abiertos casi todo el tiempo y a la mayoría del Gobierno le importaban una miseria. Odiaba esos lugares, pero eran un buen lugar para buscar intercambios y estaría a salvo.

El bar era detestable, pero era un buen lugar para buscar ventas ilegales.
Casi todo estaba oculto en una oscuridad que parecía no verse interrumpida por la luz azul que pretendía dar algo de visibilidad pero que sólo lograba marearla. Los rostros de la gente no podían ser identificados con facilidad, las facciones quedaban ocultas y distorsionadas por las sombras que se creaban en el cruce y la intermitencia de las luces rojas y azules.


Se sentó en la barra y pidió un licor suave, no le convenía perder absolutamente nada de sus sentidos en ese lugar. Se cruzó de piernas y comenzó a observar a todo lugar.
Sabía reconocer a quienes tenían algo que necesitara. Casi siempre en las esquinas, con un trago en la mano, como ella, pero sin beber nada, observando potenciales compradores.
Algunos vendían drogas, otros medicinas, que eran bastante caras y restringidas. Algunos vendían pases falsos para el toque de queda y otros más vendían los químicos necesarios para fabricar las medicinas, esos eran los que necesitaba.
Tomó un poco de su vaso y recogió los labios. El sabor era espantoso. Definitivamente detestaba esos lugares.
-¿Buscas compañía, cariño?
Cassie volteó la cabeza con desdén y dejó escapar una sonrisa al ver quien estaba a su lado.
-No, cariño, pero tú si podrías servirme de algo.
David hizo una mueca inexacta al reconocer la voz de su interlocutora y Cassandra rió.
-Oh, así que eres tú. No deberías estar aquí.
-Estoy donde me plazca, cariño.
-Por favor deja de molestar.
Gruñó él en voz baja. Ella rió de nuevo.
-Si Becca te ve aquí, nos va a ir mal a ambos.
-Oh, ¿qué le dijiste a tu novia? ¿Qué te golpeé y salí corriendo?
-No seas idiota. Le dije que te amenacé y que ahora sirves como informante. No se la tragó entera, pero contigo ya lejos, no podía hacer nada. Ahora, si nos ve aquí, nos va a hacer un interrogatorio insufrible.
Cass lo meditó por un momento.
-No deberías preocuparte, si tú no me reconociste, está bien, ella tampoco va a hacerlo.
David se quedó en silencio por un momento y asintió.
-Está bien, supongo-, hizo una pausa y la miró ahora con seriedad, -de cualquier forma ya era hora de hablar contigo sobre nuestro acuerdo.
Cassie sacudió la cabeza y lo miró con fijeza. Torció la boca hacia un lado y gruñó.
-No seas idiota, este no es el lugar ni el momento.


David alzó una ceja.
-Discúlpame pequeña pero, dado lo que sucedió, el que manda aquí soy yo.
Cassie apretó los puños y pudo ver como una pequeña sonrisa curvaba las comisuras de los labios de su viejo amigo. Apretó las uñas con fuerza contra sus palmas. No importaba lo que dijera, David era dueño de las condiciones, y aunque ella podía delatarlo iba a verse envuelta en un problema explicando como había descubierto todo y como la habían dejado libre.
-Aún así, lo que dices tiene sentido...- La voz de Dave interrumpió el hilo de sus pensamientos y Cass se hizo consciente de haber aplicado demasiada fuerza al cerrar los puños, relajó sus manos y dejó escapar el aire contenido en sus pulmones.- Por ahora voy a irme, te dejo esta dirección.
Él buscó algo en uno de los numerosos bolsillos de su pantalón y le entregó un papel arrugado. Ella lo recibió de mala gana y lo guardó sin leerlo.
-Mañana, en la dirección que está ahí anotada, a esta hora más o menos.
Cass asintió sin mirarlo, aún estaba perdida en su sensación de impotencia, no le gustaba no tener el control de la situación.
Dave la miró de soslayo antes de ponerse en pie para irse. El ruido de la silla al moverse contra el rugoso suelo hizo que Cassie recordara lo que había ido a hacer allí en un primer lugar.
-David, espera.
Él, que ya le había dado la espalda, volteó una vez más y la miró. Su expresión era una mezcla bastante extraña de pensamientos y ella se sintió incómoda. Sin embargo lo miró también, vaciando su expresión de cualquier tipo de pensamiento.
-Necesitaba pedirte algo.
-Dime.
Él se sentó de nuevo y apoyó el codo en la barra y la cabeza sobre la mano, como si no quisiera escucharla realmente.
El orgullo estuvo a punto de hacer que Cass lo mandara al carajo y buscara proveedores por sí misma, pero el orgullo no podía hacerse presente en ese momento, era una oportunidad perfecta, si él le ayudaba a conseguir químicos no tendría que vérselas con nuevas personas, no tendría que arriesgarse. Así que se tragó el orgullo y le sostuvo la mirada, aunque esta vez dejó que algo de su enojo se le escapara en la forma de observarlo.
-Necesito químicos para seguir con lo que hago.
Las palabras salieron atropelladas, como si las hubiera escupido.
Él se quedó en silencio y se enderezó en la silla.
-Muy bien... Yo puedo ayudarte con eso... Pero no voy a dártelos hasta que me cuentes que haces.
Cassie apretó los labios y entrecerró los ojos.
-Los necesito rápido.
-Entonces te recomiendo que no se te ocurra no ir mañana. Allá hablaremos de eso.
-Bien.
Él se puso de pie, pero antes de que pudiera decir algo más, ella ya se había levantado y llevaba recorrido medio camino hacia la salida del bar.
Él se la quedó mirando y pateó la silla con suavidad, haciéndola tambalear. Luego se dio la vuelta y comenzó a buscar una chica con la que pasar la noche.

Las calles aún no estaban vacías por completo, faltaba para que sonara el toque de queda y los oficiales no rondaban el lugar.
Se apoyó contra una pared y dejó escapar un suspiro. El aire estaba frío y el vaho se arremolinó en la noche.


Las cosas jamás tendrían que haber llegado al punto en el que se encontraban. Ella dependía de alguien en el momento y eso era lo que la tenía furiosa.
Una pareja pasó cerca a ella, la muchacha tenía un aspecto casi tan descuidado como el que Cass había visto en Rebecca, sólo que el color del cabello de la chica era de un púrpura oscuro. El chico, por su parte, llevaba unos pantalones raídos y un montón de cadenas colgándole de los bolsillos, lo que hacía que tintineara al caminar. Ambos andaban como en un sueño y sonreían tontamente; Cassie supuso que se habían drogado.
Reanudó la caminata buscando un lugar en el que pasar la noche, estaba segura que cerca habría un edificio que prestaba habitaciones a modo de hotel. Sólo eran para pasar una noche y no tenían servicio de absolutamente nada. Por supuesto aquello de "viajar" ya no era posible, y tener un hotel era completamente inútil.
Se cruzó con la pareja y el muchacho se tambaleó peligrosamente a su lado. La chica lo tomó del brazo justo antes de que éste chocara con Cassie, ambos rieron. Cass ni siquiera se dignó a mirarlos, sólo pensó en ellos con repugnancia.
Faltaba poco para llegar al edificio y caminaba con lentitud, sus pasos eran pesados y sonoros.
Volteó una esquina hacia un callejón para cortar camino, un grito sofocado hizo que alzara la cabeza del piso. Había sido descuidada al andar sin prestar atención por esas calles.

En medio del callejón, no muy lejos de ella habían dos figuras de pie.
-Entrégame el dinero que lleves encima.
Cass no se movió ni un centímetro al escuchar la voz del hombre, sólo se le quedó mirando. Era más bien bajito y tenía la chaqueta sucia y desgarrada, los zapatos parecían a punto de caerse a pedazos y el pelo era como un nido.
-Te he dicho que me entregues el dinero.
De nuevo, Cass no respondió. El hombre se acercó un poco a ella y obligó a la otra figura a moverse con él. Cassie pudo verlos mejor.
La figura pequeña era un niño y el hombre lo sujetaba con una mano, tapándole la boca y obligándolo a mantenerse frente a él. El niño temblaba y tenía los ojos llorosos. Sus pequeñas manitas trataban de soltarse del agarre del hombre, pero no tenía la fuerza suficiente y algo hacía que no las moviera con el ímpetu con el que podría.
El pequeño tendría tal vez unos nueve o diez años y se veía bastante delgado, como si no comiera lo suficiente, era bastante pálido y parecía enfermo. Lágrimas corrían por sus mejillas y limpiaban algo de la suciedad de su rostro. Todo en él indicaba que no tenía la fuerza suficiente para aguantar mucho más ahí antes de desmayarse, pero sus ojos castaños brillaban con la voluntad de vivir que sólo puede entregar el miedo.
-No voy a entregarte nada.
Dijo Cass sin ningún asomo de sentimiento en su voz y se metió las manos a los bolsillos de la chaqueta, como a quien no le importa algo.
El ladrón pareció exasperarse y movió la mano que no estaba agarrando al pequeño. Algo brilló y Cassie pudo ver lo que mantenía al niño suficientemente quieto. El hombre tenía una navaja y la apretaba levemente contra el cuello del chiquillo.
-Si no me lo das, voy a matar al niño.
Apretó la navaja un poco más y un hilillo de sangre se deslizó por el cuello del pequeño. De nuevo, un gritito ahogado se escapó tras la mano del ladrón. Sus ojos brillaban mucho más que antes y el miedo en ellos casi se hacía palpable.
Cass se encogió de hombros y miró fijamente al hombre, con expresión severa.
-Mátalo, no me importa.


El niño dejó de gemir y de pelear, sólo miraba a Cassie con resignación. Ella era su única esperanza y se había negado a ayudarlo.
El hombre apretó con más fuerza y de nuevo brotó sangre.
Cassie alzó los hombros como indicando que le daba igual y el hombre soltó un gruñido y levantó el brazo de la navaja lentamente, para tomar impulso y cortar. El niño cerró los ojos, al igual que el hombre.
Cass sonrió de medio lado, el hombre jamás había matado, dudaba.
Había sacado su pequeña pistola con silenciador en el momento en el que había alzado los hombros. Era un tiro fácil porque estaba quieto justo frente a ella. Cuando el hombre cerró los ojos, ella disparó. La bala se alojó en la parte izquierda del pecho, no sabía muy bien hasta donde había llegado, pero si no le había entrado en el corazón, había sido en un pulmón.
El ladrón escupió sangre que fue a parar al rostro del niño y luego cayó sin fuerzas junto a él. El pequeño sólo reaccionó cuando escuchó el cuerpo del hombre que lo había tenido al borde de la muerte caer a su lado, exánime.
-Vete y no te vuelvas a alejar de tus padres.
Cassie guardó el arma, no le preocupaba el cuerpo del hombre, los asuntos de los Barrios Bajos no eran de mucha importancia para el Gobierno y nadie sabría quien lo había hecho. Un asesinato más, un robo más, una pelea más.
Comenzó a caminar y pasó junto al cadaver, ni siquiera se detuvo a mirar el desastre que podía representar la sangre sobre el asfalto. Ni siquiera miró al chiquillo. Sólo se fue caminando con la vista fija en la salida del callejón, tenía que darse prisa.
Pero algo la agarró de la manga de la chaqueta y la obligó a mirar. El niño, lleno de mugre, lágrimas y sangre la miraba con esos ojos castaños enormes y le estrujaba la chaqueta con fuerza.
-Te dije que te fueras a buscar a tus padres, yo no voy a ayudarte.
El niño negó con la cabeza y le respondió con una voz débil que sonó ronca, como si no tuviera saliva suficiente para humedecerse la garganta.
-No tengo padres. Murieron.


Algo se sacudió dentro de Cassie, pero se mordió los labios y movió el brazo con fuerza para zafarse del agarre del pequeño.
-Entonces vete a donde sea que vivas.
Reanudó su camino, pero el niño corrió hasta ponerse frente a ella. Sus ojos castaños la observaban con toda tranquilidad, como si el cadaver de quien lo había intentado matar no estuviera tirado a sus pies. Inevitablemente, le recordaba a Violeta.
-No vivo en ninguna parte-, la voz ahora sonaba algo diferente, ya no era ronca, era bastante clara, la voz de un niño,- a veces me dejan quedarme en una habitación, pero no vivo en ninguna parte.
Cassie se llevó la mano a la sien y cerró los ojos con fuerza. No podía evitar ver a Violeta mirándola una vez más.
-¿Qué quieres...?
Preguntó en un susurro, más para ella misma que para el niño, aún así, éste respondió.
-Ir contigo.
Cass bajó la mano y lo miró fijamente.
-No.
La expresión del niño se desfiguró hasta el punto de la desesperación, se llevó las manos al rostro para taparlo y corrió hacia Cassie, la agarró de las piernas.
-No me dejes solo.
Cass se llevó las manos a la cabeza y apretó con fuerza luego, lentamente, las bajó y exhaló. Había matado a alguien porque no estaba segura de que ese alguien tuviera una pistola guardada en la chaqueta raída, no porque hubiese querido salvar al niño. Pero el niño estaba ahí e, inevitablemente, la tomaba como su salvadora y no iba a quitárselo de encima con facilidad y... Era Violeta, en cierto modo, él era Violeta.
Posó una mano sobre la cabeza del niño y le revolcó el pelo.
-Está bien, pero sólo esta noche.
El pequeño se retiró despacio y la observó fijamente, como si no creyera sus palabras y luego lenta, muy lentamente, sonrió.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Capítulo 6: La historia de David


No supo cuanto tiempo pasó allí. Ya no sentía los brazos y su cuello se cansaba de sostener la cabeza, sentía que iba a vomitar, estaba cansada y no lograba conciliar el sueño.
La puerta de metal se abrió emitiendo un chillido que parecía decidido a reventarle los tímpanos.
-Te ves cansada.
Cass ni siquiera respondió cuando David le habló.
-No vine a soltarte.
Con un esfuerzo mayor al que recordaba haber hecho jamás, levantó la cabeza y entornó los ojos para verlo bien, la luz la lastimaba.
-¿No? Juré que venías a decirme que podía volver a casa -. Dejó caer de nuevo la cabeza, con demasiada brusquedad, su cuello se resintió y ella soltó un quejido.
-Siempre tan impaciente... ¿No podrías dejarme terminar la frase?
Cass no respondió.
-Dije que no vine a soltarte si no me dices algo a cambio.
De nuevo, ella alzó la cabeza, pero esta vez no dijo nada, así que David continuó hablando.
-Quiero que me digas qué estás haciendo con Violeta y que destruyas todos los resultados.
Incluso el dolor pareció remitir por un momento, sólo para dar espacio al temor que comenzaba a invadirla lentamente pero con fuerza.
Cerró los ojos y sintió que el cansancio era peor de lo que había sentido hasta entonces.
Un calor extraño le recorría el cuerpo y la hacía temblar. Lo que David le había pedido era un imposible. Por un lado, jamás destruiría todos los avances que había logrado con su investigación y por el otro, de nada le servirían si se quedaba allí encerrada toda la vida, además, si no llegaba a casa a tiempo para revisar la máscara anestésica... Ni siquiera podía pensar en que sucedería.
-¿Qué hora es?
Su voz salió como un ronquido, se había quedado sin saliva. Dave la miró con sorpresa y observó su reloj de muñeca, lo recordaba.
-Son las cinco de la tarde.
Llevaba horas encerrada. Debía volver a casa. La máscara tenía anestesia para un día, tal vez un poco más... Pero no podía arriesgarse.
-¿Y bien...?
Cass no dijo nada.
-Bueno, supongo que tienes que pensarlo.
Caminó hacia ella y sacó una navaja de su bolsillo. Cass seguía sin reaccionar. David se detuvo tras ella y cortó las ataduras de las muñecas. Los hombros crujieron antes de regresar a su posición natural, por un momento el dolor se intensificó para luego calmarse lentamente. Cassie se frotó las muñecas con suavidad, la cuerdas habían dejado surcos rojos que ardían un poco.

-Estás en una posición en la que no tienes opción, Cass.
Cassie lo miró con expresión ausente por un segundo.
-¿Por qué no le dijiste mi nombre a Rebecca?
David bajó la cabeza lentamente y dejó escapar una sonrisa ladeada.
-Sentimentalismos, amiga. Sentimentalismos.
Ella no dijo nada, así que Dave continuó hablando.
-Verás, disponemos de cierta cantidad de archivos con los expedientes de los empleados. Dado que yo me encargo de conseguirlos, Becca se entera de ellos a través de mí...
-Así que no tiene mi expediente, ni...
Dejó la frase colgada, David sabría terminarla.
-Ni el de Verónica.
El silencio se extendió como una nube espesa entre ambos. No se escuchaba tampoco nada en el exterior.
Cass no sabía como salirse de la situación... De nada serviría no decirle y de menos serviría hacerlo. Tener que terminar con sus experimentos representaba años de pérdida y la enfermedad podía terminar venciendo a Violeta. No decirle, implicaba no salir de allí y, si la máscara anestésica dejaba de funcionar, Cassie no podía imaginarse un final peor.
-Cass -, la voz de David rasgó el silencio como un gruñido,- no me hagas terminar mal todo esto. El tiempo corre, tienes que apresurar tu decisión.
Jamás, desde que Violeta se había enfermado, se había sentido tan impotente e indefensa. Su cinismo se estaba yendo al piso y estaba siendo reemplazado por un sentimiento de inutilidad y frustración terrible.
-¿Qué sabes?
David se frotó los ojos con una mezcla expresiva entre frustración y resignación, luego miró directamente a Cassie a los ojos, algo parecía temblarle dentro.


El viento soplaba con fuerza mientras él corría bajo la lluvia y escapaba de casa. Corría sin rumbo, ya no tenía donde ir, a fin de cuentas, todos estaban muertos.
Sus sueños se deshacían como las gotas de lluvia al llegar al suelo, se partían violentamente y cada parte saltaba hacia un lugar distinto, pero de forma coordinada. Apreciaba la belleza entre todo ese dolor.
Algo así iba a pasar, eso siempre lo supo. La humanidad había seguido un camino que le había costado su propia existencia y así como uno a uno todos morían a su alrededor, una a una, las gotas de su sangre, se resistían a terminar acompañando a la lluvia al desagüe más cercano.
Cerró los ojos al pasar junto a un árbol lleno de cadáveres, que colgaban y se balanceaban con el inclemente vendaval. Las lágrimas escapaban de sus ojos por entre los párpados cerrados con fuerza.
Todos estaban muertos.
Algo le golpeó la pierna, abrió los ojos con el corazón en la boca, esperando ver al asesino de la masacre de Westroads Mall. Pero sólo era un paraguas rojo, que comenzaba a romperse.
Lo reconoció... Claro que lo reconoció. Era de Verónica.
Alzó la cabeza del suelo sin saber qué esperar, si verla a ella muerta o si encontrarla corriendo hacia él. Pero no vió nada, no había nadie. Sólo cadáveres colgando de los árboles.
Y un buzón. Un buzón con un apellido elegante.
Trepó la reja que separaba la casa de la calle. Había llegado hasta la casa de Verónica sin darse cuenta. Tuvo el impulso de santiguarse cuando vio que a unos centímetros de él había una mujer muerta, atravesada por las puntas de acero de la reja, pero no lo hizo. Si Dios existía, los había abandonado hacía cuatro días.


La puerta estaba abierta y había algunos rastros de sangre en el suelo. Tragó saliva y agarró un palo del piso, alguna rama no había soportado el vendaval y había ido a parar ahí.
Entró con cuidado, la casa estaba en silencio y el golpeteo de la lluvia contra el techo no dejaba escuchar nada fuera.
Subió las escaleras lentamente, el corazón le palpitaba con más fuerza a cada paso que daba.
Reconoció la habitación de Verónica justo donde terminaban las escaleras, estaba abierta y la luz estaba apagada. Eran las cinco de la tarde, pero parecían las siete. Las nubes habían oscurecido todo.
Había una luz encendida al final del pasillo. La habitación de Andrés.
Las manchas de sangre en el suelo hicieron que David se tambaleara. Tenía más miedo que el que jamás había tenido en su vida.
Continuó avanzando. Lo que vio le cortó la respiración. El hermano de Verónica estaba tirado en el suelo, Dave lo veía sólo como un amasijo de carne y sangre porque no se atrevía a detallarlo más. Sintió el sabor del vómito en su boca y se giró para contenerse.
Escuchó un grito fuera de la casa y se aferró al palo que tenía entre sus manos temblorosas. La lluvia había amainado y David pudo escuchar un motor poniéndose en marcha. El sonido venía de la parte trasera de la casa. Haciendo uso de toda la fuerza que le quedaba, pasó corriendo sobre el cuerpo de Andrés y se asomó a la ventana.
Cassie y Verónica estaban abajo, Cass trataba de encender el carro de Vero mientras esta lloraba y soltaba esporádicos gritos de pesar. Dave trató de abrir la ventana, pero estaba atrancada. Cass se bajó del auto y sacudió a Verónica, que pareció entrar en trance, luego agarró algo del suelo, un bulto que David no había detallado antes. Era Violeta. Estaba atada y llena de sangre.
El alma se le fue a los pies cuando se giró lentamente y su cerebro ató cabos. Andrés, Violeta. Tragó saliva y giró una vez más hacia la ventana. El carro ya había encendido. Trató de abrir una vez más la ventana. Nada. La golpeó con fuerza mientras gritaba el nombre de sus amigas, pero no lo oían.
Todos estaban muertos. Pero ellas no.
Bajó corriendo lo más rápido que pudo, pero cuando llegó allá, el carro y ellas ya no estaban.
Pateó el suelo donde el carro había dejado marcas de neumáticos.

-Te vi marcharte con Violeta y Verónica.
Cass alzó la vista, sorprendida.
-Traté de llamarlas, pero no me escuchaban
-¿Dónde...?
-Estaba dentro de la casa de Verónica, en la habitación de Andrés.
Cassie se mordió el labio inferior, pero continuó en silencio.
-Las vi. A las tres.
-¿Cómo fué que llegaste aquí?
-No lo recuerdo muy bien. Sólo sé que cuando ustedes se marcharon, yo dejé de correr, pero seguí caminando, sin rumbo ni dirección. Mi siguiente recuerdo es haber llegado en un camión con otras diez personas al Refugio 4, que fuimos acogidos primero con amabilidad y dedicación y que llegado un punto, todo se volvió una mierda. Y ahí conocí a Rebecca, la chica tendría unos quince años, pero era un demonio. Terminamos por decidir que esta no era la vida que nos habían prometido y formamos La Resistencia.


El silencio se extendió por un rato. Él no iba a decir nada más y ella no iba a hacerle ningún comentario. Finalmente, fue Cass quien comenzó a hablar.
-David... Violeta está enferma. Tiene el virus -. La expresión de Dave no cambió, así que Cassie continuó hablando.- Las cosas no son tan sencillas como decirte y largarme. No quiero contarle a nadie. Me importa una miseria que alguna vez hayamos sido amigos. Las cosas han cambiado ahora y yo no puedo andar contándole de mis experimentos a todo el mundo.
-¿Entonces vas a dejar que el Estado use eso para que suceda algo aún peor que antes, para que nos mantenga controlados con el miedo?
Cass dejó escapar una risa de burla.
-Si serás idiota... Yo no trabajo con ellos. Trabajo por mi cuenta.
-Eso es lo que tú crees -, David la miraba con una expresión fría,- cuando Violeta entró al Refugio tuvieron que haberle hecho exámenes de sangre y tuvo que haber quedado registrado que ella era portadora-. Hizo una pausa y miró a Cass con duda.- Es más, no entiendo como es que lograste que la dejaran pasar.
Cassandra sonrió de medio lado.
-Ellos me necesitaban. ¿Cuántas personas crees que alcanzaron a estudiar algo relacionado con la salud y quedaron vivos? Somos muy pocos, David. Yo era una de las que realizó los exámenes. Les dije que mi hermana tenía un retraso mental severo y que necesitaba tratamiento. Ellos no sabían nada. Todos los meses me mandan anestésicos para aliviar el dolor que sufre la pobre Violeta. Un dolor que ambos sabemos inexistente, pero que me sirve de excusa para mantenerla sedada y que no ataque a nadie.
-¿Cómo se enteraron de que podías servirles?
-¿No recuerdas que fué lo primero que hicieron cuando llegaron los camiones? Preguntar quien tenía conocimientos médicos. Y muy bien... Yo llevaba sólo media carrera estudiada, pero no tenían nada mejor. Verónica estaba sólo un año atrás y la aceptaron también. Eso de haber salido antes del colegio resultó útil.
-Aún así... Media carrera estudiada no iba a servirles mucho.
-Dave... No tienes idea de la cantidad de cosas que pueden aprenderse cuando no tienes más que hacer que vigilar a tu hermana durmiendo... Y dispones de todos los libros del área médica de la biblioteca del mismo Gobernante.
La furia de Dave crecía lentamente.
-No seas tan cerrado. Lo hago por conveniencia. He sido una empleada ejemplar, tengo a cargo investigaciones que tú ni te imaginas y les enseño a los nuevos lo que tienen que saber, pero sólo lo justo.
David la miraba, estaba a punto de gritarle.
-Pero aún así me vigilan-. El tono de voz de Cassie se había vuelto amargo.- Llevo años sirviendo a su asqueroso régimen. Y llevo años actuando a sus espaldas, sacando medicinas de sus laboratorios sin que lo sepan, comprando cosas alteradas en los barrios bajos, aprendiéndolas a alterar yo misma... Y no se han dado cuenta. Pero si hoy no regreso a casa antes de las once... Todo habrá sido para nada.


Parecía que la ira de David se había esfumado en un instante, pero aún no le decía nada.
Cass tomó aire y lo miró fijamente. Estaba decidida a hacerlo.
-Te propongo un trato.
Las comisuras de los labios de Dave se curvaron en una sonrisa. Cass sonrió también, con cierta complicidad. Eso la llevó muy atrás en el tiempo. Sacudió la cabeza para alejar sentimentalismos inútiles y continuó hablando.
-Puedo darte información sobre esas investigaciones si me dejas ir y no interfieres en lo que haga o deje de hacer con mi hermana... El Gobernante y su gobierno me importan un carajo... Sólo déjame salir para estar con mi hermana y sé prudente.
David la miró con seriedad y terminó por asentir. Caminó hasta ubicarse tras ella y le acarició el cuello. Se agachó hasta que sus labios rozaron la oreja de su amiga.
-Vamos a hacerlo así, pero quiero informes constantes, sobre lo que hay ahora y sobre los avances... Si en algún momento me entero que me mientes o dejas de darme información, todos van a enterarse de que Violeta es un peligro si continúa con vida.
Cassie se mordió los labios una vez más y asintió lentamente.
-Muy bien Cass... Te haré llegar un mensaje.
-¿De qué ha....?
Cassandra sintió un pinchazo en el cuello y perdió el sentido de la orientación.
"No otra vez..." El mundo comenzaba a hacerse borroso mientras sus párpados se cerraban y la habitación se desdibujaba lentamente.

...

Se despertó en su cama con un dolor de cabeza que casi no podía soportar. Afuera estaba oscuro y silencioso, como todas las noches.
Se levantó lentamente, tenía las muñecas vendadas y le escocían un poco. Dio pasos torpes hacia el interruptor y lo encendió. Todo estaba en perfecto orden, tal como lo había dejado.
Fue hacia la habitación de Violeta y se detuvo en la puerta, no quiso encender la luz. La máscara anestésica seguía funcionando, pero una pequeña lucecita roja indicaba que debía renovar la anestesia en seis horas como máximo. Lo haría cuando amaneciera.
Antes de darse la vuelta para ir de nuevo a su habitación notó que algo sobraba. Sobre la mesita de noche había un florero con una nota al lado, que tenía escrito el nombre de David con la misma caligrafía que Cassie recordaba de toda la vida. Y dentro del florero, violetas.

lunes, 30 de agosto de 2010

Capítulo 5



-Debiste haberla matado.
-No. Sabes que no.
-Entonces debiste haberla dejado allí.
Las voces le llegaban desde muy lejos, como si tuviese puestas unas orejeras.
-Eso si que no.
-Pero entonces...
Él la interrumpió con brusquedad.
-Cállate. Tenemos lo que fuimos a buscar y estamos de regreso, deja de quejarte.


La habitación olía a humedad y a sábanas guardadas, la luz era amarilla pero lograba lastimarle los ojos cuando trataba de abrirlos para ver que sucedía.
La tomaron con rudeza del mentón y le giraron la cabeza.
Trató de llevar las manos para zafarse del apretón. No podía moverlas. Estaba atada.
-¿Cómo te llamas?
Preguntó una voz áspera pero femenina, como si estuviese afectada por una enfermedad respiratoria. Era quien la tenía agarrada el mentón.
Cassie no hizo ningún esfuerzo por alzar el rostro y observarla.
-Que te importa -. La voz le salió en un susurro apenas audible, lo que contrastaba con el desafía de lo que trataba de decir.
La mujer le calvó las uñas en el rostro, pero alguien la detuvo.
-"Que te importa" es un nombre interesante -, se burló una voz masculina. Cass supuso que era quien había detenido a la mujer, pero estaba decidida a no alzar el rostro para observarlos. -Sin embargo, considero que no estás en situación de negarte a algo.
La voz tenía algo familiar, lo que venció su voluntad e hizo que alzara la cabeza con lentitud para observarlos. Su mirada llevaba impregnada un rencor mal disimulado.


De pie frente a ella estaba una mujer con los brazos cruzados y expresión de asco. Llevaba una camiseta una o dos tallas más grande de la que debería usar y la tenía mal puesta, le caía por uno de los hombros, dejando al descubiertos los tirantes de un top negro y un sostén del mismo color.
Era más alta que el promedio y tenía el cabello negro bastante mal cortado por lo que algunos mechones le caían desordenados sobre el rostro. Tenía una argolla en la nariz, otra en el labio inferior y tres en la oreja izquierda. Los brazos estaban cubiertos de manillas deshilachadas y un tatuaje se le asomaba desde la parte de atrás del cuello hacia el pecho.
Sus jeans tenían una cantidad de rotos sorprendente y los llevaba dentro de unas botas militares raspadas. Generaba la impresión de "adolescente rebelde", era delgada y más alta que el promedio, pero su rostro revelaba que no tendría más de unos 19 años.
Cassie soltó un bufido.
-¿Qué?
Preguntó la mujer con fiereza.
Cass curvó ligeramente los labios hacia el lado derecho, como con una sonrisa burlona.
La mujer alzó la mano como para golpearla y el hombre la detuvo con un firme "no".
Él tendría tal vez 25, era tan alto como la mujer pero de complexión menos escuálida.
Estaba sentado en diagonal a la silla a la que Cassie estaba atada. Tenía una posición relajada, recostado en el espaldar con la pierna derecha apoyada sobre la rodilla izquierda y agitaba lentamente una botella de cerveza en su mano derecha.
Llevaba una camisa negra con las mangas recogidas hasta los codos y a medio abotonar, dejando ver una simple camiseta blanca debajo. Sus jeans eran clásicos y no estaban rotos pero sus botas estaban también algo ajadas.
El cabello castaño no era ni corto ni largo, por lo menos no lo suficiente para recogerlo en una coleta. Tenía una barba incipiente y descuidada, lo que le daba un aspecto algo desaliñado que no se veía del todo mal.

La mujer se recostó contra la pared y observó a Cassie por un rato. La miraba con un profundo desprecio. Cass le sostenía la mirada, sin dejar que sus ojos revelaran lo que estaba pensando.
-¿Crees que tienes algo de dignidad, de orgullo? -. La voz parecía rebotar en las paredes del cuarto, -¡Rata! No eres más que eso, una basura basura en manos de un gobierno injusto.
Se acercó con los pasos lentos y pesados. Cass la miraba con fijeza.
-Sólo eres una marioneta -, los labios estaban tan apretados cuando pronunció las palabras que éstas salían con dificultad. El desprecio flotaba en el aire.
Le calvé las uñas en los ojos y la vi retorcerse como a un insecto al que le han rociado veneno. Sí... La rata era ella, no yo. La marioneta era ella. Idiota. Tal llena su cabeza de ideas tontas sobre cambio y revolución que no podía ver más allá... Rata de la revolución, lo mismo que una rata del gobierno.
La sangre bajaba por mis manos, la calidez era placentera, verla retorcerse, aún más.


La mujer se alejó nuevamente, pero esta vez tan rápido como la rabia la impulsaba. Salió de la habitación dando un portazo al cerrar.
Cassie se quedó mirando la puerta, ensimismada aún en su fantasía. Había olvidado la presencia del hombre.
-Cass... Ten cuidado con ella.
Se sobresaltó al escuchar de nuevo la voz que le resultaba tan familiar. Giró la cabeza lentamente y en silencio para observarlo. ¿Cómo sabía su nombre? Y lo más importante: ¿por qué no se lo había dicho a la mujer?
El hombre se puso de pie y arrastró la silla hasta ponerla frente a Cassie. Se sentó con paciencia, con los brazos cruzados y apoyados sobre el espaldar y las piernas rodeándolo. Miró fijamente a Cass y le sonrió.


-Te acompaño a casa.
-Está bien, puedo ir sola.
-No es buena idea... Cassie...
Me limpié las lágrimas y lo miré.
-¿Ves? Estoy bien -. Mi voz sonaba entrecortada y para nada convincente. Sabía que una sonrisa cínica se había dibujado en mi rostro.
-No me gusta que hagas eso.
Me eché a llorar otra vez sobre sus hombros.
-No te desmorones... No eres de ese tipo -. Me abrazó con fuerza y besó mi cabeza.
-Vamos, te acompaño hasta la puerta.
Dejé que me ayudara a levantar, me condujo en silencio y con paso constante hasta la puerta de mi casa y me limpió las lágrimas.
-Fuerza, Cass.
-Sí, Dave, sí -. Me dio un beso en la mejilla y esperó a que yo entrara.
Cerré la puerta y apoyé mi cabeza contra ella. Solté un suspiro y lo observé por la mirilla mientras se alejaba.
Ahí escuché el llanto, los gritos y percibí el olor a sangre. "No... No... Mamá... Papá... No... Violeta".

-¡David!
-Pensé que no ibas a reconocerme.
-Bueno, has cambiado un tanto...
Él soltó una risa fuerte que Cassie recordaba a a perfección.
Por un momento había olvidado que estaba atada y retenida. Sacudió la cabeza y apartó la vista del rostro de David. No podía confiar ya ni en viejos amigos. Hizo un gran esfuerzo por volver a su expresión estoica.
-Tú también has cambiado. Te ves -, la pausa era en cierto modo significativa,- diferente.
Un rubor inevitable subió por sus mejillas. Se mordió el labio y se obligó a bajar la cabeza.
-Mira, Cass -, continuó él,- no es nada personal, pero no puedo dejarte ir. ¿Entiendes?
Cassie continuó en silencio y no alzó la mirada.
-Es cuestión de lados -. Soltó un suspiro.- Tú estás de ese lado, yo estoy de este otro. Desearía que no fuera así, pero no puedo cambiar las cosas. Como sea, tampoco voy a hacerte daño ni permitir que te lo hagan.
Por fin, Cassie alzó la mirada. Tenía una sonrisa incrédula en el rostro y lo miraba con ojos irónicos.
-Dave... No puedo creer que cayeras realmente en el jueguito de los lados. Sabes bien que las cosas no son blanco y negro. Hay múltiples tonos de gris.
El rostro de David dejó atrás su expresión de aparente serenidad.
-No, Cass. El asunto es serio: "quien no castiga el mal, ordena que se haga". ¿No era así?
-Sí. Leonardo DaVinci. Pero ya no estamos en el siglo quince.
Él se puso de pie y comenzó a caminar por la habitación, ella lo seguía con mirada perezosa.
-Como sea, Cass, no deberías hablar así aquí. Becca no es muy comprensiva.
Cassie dejó caer la cabeza hacia adelante y soltó un bufido, David se quedó de pie frente a ella, que alzó el rostro con una sonrisa desafiante.
-No les tengo miedo, ni a ti, ni a tu noviecita, ni al Gobernante, ni a su gobierno absurdo.
-¿Sabes? -. La miró de reojo.- Creo que sí deberías tener miedo.
Se movió rápidamente y la tomó del cuello. Cass soltó una tos y comenzó a forcejear, pero las cuerdas la lastimaban.


-Por lo menos a mi -. Su voz había bajado el volumen y sonaba amenazante, realmente peligrosa.- Ten en cuenta, linda, que ya no soy tu amiguito... Puedo hacer que tu tiempo aquí sea menos pesado -, aflojó el agarre,- o puedo hacer que tengas una existencia miserable-. Apretó con canta fuerza que la cabeza comenzó a darle vueltas, sentía que iba a perder el conocimiento. La soltó justo cuando pensaba que no soportaría más. El cambio de presión en su cabeza fué tan brusco que las imágenes se hicieron borrosas y se mareó.
Lo miró con odio, sí, ya no era lo mismo.

Él se sentó frente a ella y le acarició la mejilla. Cass detuvo de alguna manera el impulso de morderle la mano.
-Ya se te aclarará la vista con el tiempo -. Se puso de pie y le besó la frente.
...y lo observé por la mirilla mientras se alejaba...
-Por cierto -, la voz de David la sacó de su ensimismamiento,- te ves bien-.
Notó como el rubor cubría sus mejillas, sonrió inevitablemente.
-Cállate -. Le espetó de la forma más agresiva que pudo. No logró mucho.
Dave le acarició el cuello y se acercó a su oído. Rozándolo con los labios al decirle:
-No quieres morir, lo sé -. Se detuvo un momento, Cassie pudo percibir como sus labios se curvaban en una sonrisa. -Dile a Violeta que le envío un abrazo.


Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Cass y una gota de sudor frío se deslizó por su rostro.
No pudo verle la cara a su viejo amigo cuando abandonó la habitación y la dejó allí, encerrada y atada.
viernes, 18 de junio de 2010

Capítulo 4


-Cass... Vámonos de aquí.
La voz de Verónica le llegaba desde muy lejos. En su cabeza se formaban miles de razones por las que la resistencia podría estar armando aquel alboroto, pero ninguna la convencía del todo. Hacer una revuelta frente a un edificio tan importante como el de investigación debía tener una razón muy fuerte, era demasiado arriesgado para hacerla por el simple robo de un equipo médico o alguna sustancia química...
Estaba casi segura de conocer todas las investigaciones que se manejaban ahí dentro pero, ¿y si no? ¿Y si guardaban alguna otra cosa que ella no conocía, si estaban llevando a cabo investigaciones de las que no estaba al corriente?
La alarma que comenzó a sonar por el alto parlante la sacó de su ensimismamiento.
'(...) El personal de seguridad se encargará de conducirlos hasta la salida más cercana'.
Apenas notó que su amiga la jalaba del brazo cuando la voz del alto parlante, femenina, fría y ajena, como si no fuera real, terminó de dar la indicación.
-¡Cass! Por Dios, reacciona, vámonos antes de que crean que queremos estar aquí con todo este alboroto o algo así.
-Vero, eres un genio.
Su amiga había encendido una bombilla en su mente. ¡Por supuesto! Lo que sea que La Resistencia estaba buscando en el edificio debía ser sumamente importante, tal vez podría servirle a ella misma para adelantar sus investigaciones respecto a Violeta.
La cara de Verónica tomó una expresión de terror, una mueca de espanto y culpabilidad se hizo presente cuando comprendió qué había puesto en la mente de Cassandra.
-No, no, no... Cass... No estarás pensando en---
Las luces se apagaron de un momento a otro. Cassie aprovechó el momento de sorpresa para lanzarse sobre Verónica y atraparla contra la pared. Tomó las manos de su amiga, las agarró con una de las suyas y alzó el brazo que le quedaba libre para apoyarlo en la parte de atrás del cuello de Verónica.
Era más bajita que su amiga, pero tenía una habilidad mucho mayor para pelear.
Se puso de puntas para alcanzar con su boca el oído de Verónica.
-Te lo voy a decir con claridad, una sola vez, y vas a entenderlo-. Le susurró con rapidez y fiereza. -Te quiero mucho y no quiero tener que hacer algo que no me gusta... Así que te pido muy amablemente-, hizo una pausa y jaló las manos de Verónica un poco hacia arriba, -que no seas tan imprudente. Recuerda: cámaras, micrófonos. Silencio.
Verónica ahogó un sollozo y Cassie la soltó de inmediato.
Un par de segundos después con los ojos de Verónica llenos de alguna especie de terror puestos sobre ella, Cass soltó un suspiro.
-Lo siento.
Las luces se encendieron justo después.
Ahora, de nuevo, a fingir preocupación, a fingir que debían salir de allí. Las cámaras funcionaban otra vez.
Un oficial entró en la habitación y las obligó a salir con brusquedad. Nada en la actitud de Verónica daba cuenta de lo que había sucedido entre ella y su amiga momentos antes. Cass se alegraba de que Verónica fuera tan buena actriz.
Era eso, o sabía perdonar muy rápido.
La sangre manchaba las paredes, las sábanas, la ropa hecha jirones en el piso, las manos de Violeta y su batita blanca. Aún sostenía el bisturí entre sus pequeños y delicados deditos y me apuntaba con él.
Sonreía con ojitos desquiciados y daba pasos lentos y torpes hacia mí. Tambaleaba, las heridas en sus pies no le permitían caminar correctamente y la sangre que perdía por cortes más grandes en el resto del cuerpo la debilitaba. Pero continuaba dando tumbos, tratando de llegar a mí.
Andrés estaba en el suelo entre ambas, con heridas profundas en el rostro, el cuello casi desollado, la camisa desgarrada y el vientre casi vuelto al revés.
Un llanto llegó desde la puerta que había tras de mí; Violeta y yo vimos a Verónica al mismo tiempo. Estaba deshecha, de pie, en la puerta, observando el grotesco espectáculo que ofrecía su hermano en el suelo.
Corrí hacia la puerta, resbalándome y tropezando con el desastre que había creado mi hermanita. Cerré de un golpe, justo cuando el bisturí volaba sobre mi cabeza y terminaba por estrellarse contra la puerta.
Me giré a tiempo para evitar que Violeta me mordiera el hombro, pero no lo suficiente para evitar que levantara el bisturí del suelo. La niña se escurrió entre mis brazos y me hizo un corte profundo en la parte baja de la espalda.
Lancé un grito y la agarré del cabello. Soltó un alarido que me dolió más que la herida recién abierta. La empujé contra la puerta y la golpeé en el cuello, dejándola inconsciente.
...
Lo único que escuchaba eran los gritos de Verónica, del otro lado de la puerta, y mi corazón golpeándome por dentro, repartiendo dolor y pesar por última vez.

Con rudeza, el oficial les explicó que debían bajar hasta el primer piso, usando las rutas de evacuación. No las siguió cuando comenzaron a caminar en dirección a la primera escalera.
La algarabía ya no se escuchaba desde allí y ambas caminaban con paso rápido, en silencio. No tenían más que decirse, no sabían que rayos podían decirse.
La incomodidad de la situación fue interrumpida por un grupo de empleados, guiados por una oficial, que iban en la misma dirección que ellas.
-Ustedes dos. A la línea.
Sin esperar una respuesta motriz, la oficial les propinó a ambas un empujón, obligándolas a entrar en la fila. Cass reprimió las ansias de darle un golpe sorpresa y optó por morderse los labios. Verónica clavó la mirada en el suelo, como si estuviese avergonzada.
Una mujer de aspecto nervioso y enfermizo comenzó a toser tras ellas. La hilera entera volteó a mirarla, la oficial la mandó a callar, pero la mujer no podía detenerse, las luces comenzaron a fallar a la vez que la mujer comenzaba a hiperventilar. Todos los empleados se habían quedado estáticos, la oficial gritó. Nadie le hizo caso, algunos comenzaron a acercarse a la mujer. La oficial la mandó a callar, la mujer estuvo a punto de desmayarse y los empleados rompieron la línea.
La oficial no pudo soportarlo más. Dejó su puesto y fué hacia la mujer.
-¡Ustedes lárguense, sigan la ruta programada!
Tomó a la mujer del cuello de la camisa y la arrastró fuera de la fila.
-Vamos, ¡lárguense!

Todos comenzaron a caminar, alejándose de la oficial y la señora. Nadie se atrevió a hacer nada... Ni siquiera cuando escucharon un grito ahogado.
Verónica temblaba y Cassie se clavaba las uñas con tanta fuerza en las palmas que seguramente ya se habría sacado algo de sangre.
Una especie de golpe amortiguado y las luces se apagaron nuevamente. Los empleados perdieron el orden por completo y se echaron a correr en todas direcciones.
La multitud atrapó a Verónica, la algarabía hizo que Cass desconectara sus oídos de su cerebro.
Sólo le llegó a los lejos el grito de verónica.
-¡CASS!
Cassie se apretó contra la pared para que la multitud no se la llevara, como hacía con su amiga, que estiraba los brazos, tratando de agarrarla a ella. Cass se quedó allí, mirando como la arrastraban lejos, a fuerza de golpes y empujones, hasta que la perdió de vista.
Así sería más fácil.

Cuando se hubo quedado sola, disfrutó un poco el silencio.
En el pasillo y en la base del generador se encendieron tres sonrisas diferentes, pero todas por la misma razón. El generador de emergencia ya no funcionaba tampoco, estaba dañado.

Comenzó a caminar lentamente, tomándose su tiempo para no romper el silencio, detenerse en cada esquina y comprobar que nadie la seguía o vigilaba.
Tenía a su merced el edificio y pretendía encontrar lo que fuera que estuvieran haciendo en el lugar.
Bajó las escaleras dos pisos más, hasta el sótano, donde almacenaban el instrumental del laboratorio y algunos químicos, era el único lugar que no había recorrido demasiado. Entrar era muy difícil cuando la vigilancia estaba. Pero las cámaras y los micrófonos eran absolutamente inútiles en el momento.
El piso era un pasillo largo, con tres puertas justo después de la entrada, dos a la izquierda, una a la derecha. Y nada más hasta la mitad, que tenía otra a la derecha y una última al fondo.
Caminó hasta la del fondo. Era una puerta común, de madera, sin letreros y sin cerradura aparente. Jamás había entrado allí. Jamás había ido hasta el fondo. Se limitaba siempre a las tres primeras, que eran los almacenes principales.
Puso la mano sobre el picaporte y se quedó estática.
Había voces viniendo tras ella.
-Mierda... te estás portando muy descuidadamente-. Se reprendió a sí misma en un susurro.
No le quedaba de otra sino entrar.
Giró el picaporte y se metió a la habitación, rogando por hallar un mejor lugar donde esconderse allí dentro.

La habitación estaba absolutamente llena de neveritas de almacenamiento como las que tenía en su laboratorio escondido, no había un solo mueble, todo eran neveritas blancas de plástico con tiras azules. Había por lo menos unas 35 ó 40, todas marcadas con números y letras en minúscula. No había ningún lugar donde ocultarse. Se mordió los labios.
-Lo sacamos y nos largamos de aquí por las escaleras de servicio.
Cassie estaba segura de que la voz era la de una mujer, aunque sonaba bastante grave.
Inmediatamente mandó la mano derecha al muslo, bajo la falda. Se presionó la pierna con los dedos, en señal de frustración. Había olvidado que no llevaba una sola arma con ella, se la habrían quitado en la entrada. Había mandado la mano allí sólo por impulso, esperando tener algún arma bajo la falda. Pero nada. Cerró las manos con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. ¿Qué rayos iba a hacer?


La puerta se abrió. Dos siluetas se quedaron muy quietas en el umbral de la puerta.
-Una rata de laboratorio-. La voz de una de las siluetas era masculina, profunda, y hablaba pausadamente, casi con diversión, como si estuviera a punto de reírse.

No logró lanzarse al suelo a tiempo. La otra silueta había movido la mano y algo se había clavado en la pierna izquierda de Cass.
Perdió la fuerza para sostenerse en pie. Las siluetas se desdibujaron, todo era tan tranquilo, tan silencioso, tan hermoso... El mundo giraba en direcciones extrañas mientras caía y tocaba el suelo con su mejilla.
sábado, 1 de mayo de 2010

Capítulo 3



Recorrió las calles mal iluminadas.
Por lo menos podía moverse entre las sombras y escuchar. Era lo único que podía hacer y probablemente lo único que daría resultado. Los oficiales no eran precisamente silenciosos, sus ansias de llevar a alguien arrastrado del pelo (o de la piel) a su amo a cambio de una galleta no se disimulaban bien, además el sadismo que los caracterizaba hacía que su respiración se agitara y sus pisadas se hicieran más pesadas.
Su casa no estaba demasiado lejos, pero tenía que irse con cuidado. Deteniéndose en cada esquina, escuchando cada dos o tres pasos, siempre girando la cabeza para ver quien venía tras ella... Y aún con todo eso, seguía con una especie de risa atrancada en las comisuras de su boca. El peligro sólo hacía que las cosquillas continuaran expandiéndose por todo su cuerpo, apoderándose de todo lo que era.
Detuvo su recorrido tras un edificio de ladrillos no muy bien cuidado. Se recostó contra la pared y escuchó un momento: nada. Se agachó y abrió con dificultad un a tapa de alcantarillado. Se lanzó al negro agujero. No era muy hondo, sólo lo suficiente para que pudiera caminar completamente erguida.
Se quedó quieta otra vez... Estaba segura de haber visto las botas de una oficial asomándose en la esquina del frente. Tragó saliva. Claro... Las oficiales casi nunca patrullaban en la noche, pero si lo hacían eran tres veces más silenciosas que los hombres y por tanto un mayor problema.
Se mordió los labios mientras esperaba metida en tan poco acogedor agujero. Pudo escuchar los pasos cuando la oficial se acercó. Sí... No se había equivocado y ahora toda aquella huida iba a ser inútil. Pero la oficial pasó derecho, no notó el agujero abierto.
Cass aguardó un poco más y se empinó para tomar la tapa y cerrar sobre ella. La oscuridad se hizo implacable por unos momentos.

Además de oscuro, estaba húmedo y olía mal. Detestaba tener que usar esa entrada, pero aquella noche no tenía de otra. Se tragó sus náuseas y esquivó una rata mientras continuaba su camino.
No tuvo que andar mucho tiempo para hallar una nueva rejilla en la pared derecha del túnel. Casi vomitó cuando sus manos tocaron algo viscoso en la pared. De nuevo bloqueó sus sentidos por un momento y recuperó la calma. Arrastró su mano derecha por la pared húmeda, fría y resbaladiza hasta encontrar el asidero de la rejilla.
Esta era bastante más pequeña que la tapa que había levantado en la calle. Tiró de ella sin usar demasiada fuerza y abrió con un chillido. El eco retumbó por todo el túnel. Algunas ratas más pasaron entre sus pies.
Se restregó la mano contra el gabán y se metió en el agujero que había dejado la rejilla al abrirse. Era mucho más pequeño que en el que se encontraba, tuvo que meterse arrastrada y comenzar a gatear para poder avanzar.
Luego de unos diez o doce pasos en la misma posición halló otra rejilla y la abrió de la misma manera. Una vez fuera del incómodo lugar tuvo que regresar a él para cerrar ambas rejillas. Resopló con asco y enfado. Pero aliviada.


Se recostó contra la fría pared para respirar un rato el aire de su laboratorio. Olía a químicos y desinfectante. No al conjunto de porquerías en descomposición de los alcantarillados del refugio.
No pensaba en otra cosa que no fuera tomar un baño.
Se alzó ayudándose del muro y encendió un interruptor. La luz tardó algo en encender y titiló un poco mientras las lámparas en el techo emitían un sonido efervescente. El cambio le lastimó los ojos, pero no tardaría mucho en acostumbrarse. Corrió un pequeño sillón de descanso para tapar la rejilla por la que había salido y se deshizo allí mismo de toda la ropa sucia que llevaba encima, se arrancó la peluca y se quitó los lentes de contacto casi haciéndose daño. Sólo quería lavarse por completo.
Pero estaba demasiado cansada para ponerse de pie e ir hacia el otro extremo de la sala, meterse en la cabina transparente para duchas de emergencia y restregarse el alma hasta que le quedara transparente. Así que se dejó caer sobre las frías baldosas de su laboratorio, sintiendo su helado tacto como un retorno a la realidad, a su realidad.
Giró la cabeza, dejando que algo de su cabello le cayera sobre la cara. Observó el laboratorio desde abajo, se sentía tranquila y en cierto modo repudiaba lo que había hecho con Esteban. Como sea... Se lo había ganado el solito por comportarse como un perfecto idiota y tratar de engañarla. Ella no estaba para perdonar esa clase de cosas. Las cosas se hacían a su manera o tenían consecuencias nefastas. Punto.


Pasado un rato volvió a ponerse en pie, bordeó la mesa central de su pequeño laboratorio y fue hacia la cabina para lavarse en caso de entrar en contacto con algún químico. Corrió la cortina de plástico, se metió dentro y abrió la llave.
El agua estaba helada y golpeaba la cortina produciendo un ruido grave y amortiguado. La golpeaba con fuerza por ser a presión, casi le quemaba la piel... Aunque probablemente era eso lo que necesitaba.
Se frotó la piel con demasiada fuerza, como tratando de mudarla. El agua le martillaba la cabeza, era como si el tañido de una campana mugrosa se esparciera por cada rincón de su cuerpo y retumbara, con fuerza, atacándola, llenando todo lo que era.
Se agarró con una mano de la cortina, produciendo un sonido similar al de bolsas al estrecharse, mientras con la otra sostenía su cabeza desde la frente, agarrándose el cabello con fuerza. Las imágenes de esa noche se mezclaban en su mente: La espera, Esteban, sus manos, verlo retorcerse, risas, silencio. Se clavó las uñas con tanta fuerza que se hizo un par de heridas.
Finalmente, cerró la llave y salió de la cabina.

Caminó hacia una serie de cajones a la izquierda de la cabina, sin importarle si dejaba un rastro de agua tras ella, y sacó una toalla, con la que se secó el cuerpo y que luego lanzó junto a la ropa sucia, al otro lado del laboratorio.
Fue hacia un perchero a la derecha de la habitación para tomar una bata blanca y ponérsela más por costumbre que por necesidad. Aún así, su largo cabello hacía que algunas gotas heladas de agua bajaran ocasionalmente por su pecho y por su espalda, hasta sus pies, acariciándola y haciéndola temblar.
Sabía que no iba a poder dormir, así que agarró la bolsita con las piezas para reparar su microscopio y se dejó caer en el suelo. No era tan difícil. Dejando, dos horas más tarde, sobre un escritorio a la derecha un destornillador y algunas otras herramientas, se levantó y estiró los brazos. Bostezó y miró el reloj que había sobre el escritorio. Cinco en punto.
Tomó el microscopio y lo conectó, lo probó con un par de muestras y se sintió satisfecha.
Regresó por la ropa y con una mano empujó un estante metálico lleno de soportes y libros que estaba a la izquierda, dejó al descubierto un agujero en la pared, suficientemente alto para que pasara caminando. La luz del laboratorio sólo dejaba ver el comienzo de unas escaleras.
Cass apagó la luz y se metió por el agujero, corriendo de nuevo el estante tras ella. Subió sin problemas (diecisiete escaleras) y en la parte más alta tuvo que correr un par de abrigos para salir por la puerta del armario de la habitación de su hermanita.


La luz estaba apagada, pero en la mesita de noche había una lámpara pequeña que alumbraba, tenue, un cuerpecito dormido y arropado.
Cassie acomodó la ropa en una silla y fue hacia la niña.
Tenía una máscara de oxígeno que le suministraba una pequeña dosis de anestesia continuamente y la mantenía dormida, en su brazo izquierdo había un catéter que la conectaba a su única forma de alimentarse.
La suave cobija café que la envolvía subía y bajaba con el ritmo acompasado de su respiración.
Cassandra se arrodilló junto a ella y le levantó la capul para darle un beso en la frente.
Miró con tristeza las correas que mantenían a Violeta estática y las esposas que le amarraban las muñecas al barandal de la cama.
Tal vez su hermanita era lo único que le importaba realmente.

-Violeta...
La tomé de la muñeca y comencé a correr, ella no parecía poder continuar, así que la alcé en brazos, no pesaba mucho, no me retrasaba.
Corrí... ¿Cuánto habré corrido? Sólo me detuve cuando hube llegado a un edificio que no habían terminado de construir.
Me resguardé con ella de la lluvia que comenzaba a caer, como para limpiar el dolor que se alzaba en todas las calles de la ciudad.
Ella seguía sin reaccionar. Sólo estaba allí, de pie, mirándome con esos enormes y hermosos ojos verdes. No podía comprender como algo tan hermoso había podido contemplar una masacre tan horrible.
Me arrodillé y le corrí el cabello corto y rubio de la cara, le peiné la capul y le acomodé su diadema. Ella no hizo nada. Le limpié la sangre de su rostro y ella siguió sin hacer el menor movimiento.
Me vi reflejada en sus ojos, incapaz de sonreírle y darle ánimos, me vi incapaz de contener las lágrimas y me eché a llorar.
Y ella fue hacia mí y me abrazó, me dio un beso en la mejilla y me acarició la cabeza hasta que cesó mi llanto.
-Duerme hermanita... No llores, ya ves que no estás sola.
...No lloro, tengo tu dulce vocecita...
-Déjame te cuido esta noche yo a ti.

Cass se sentó sobre una mecedora que había al lado de la cama de su hermana y le acarició la cabeza.
-"Encima de la laguna..."
Comenzó a susurrar una canción de cuna que su madre le había enseñado ya años atrás.
Violeta era la razón de sus experimentos, la razón de que se arriesgara tanto, la razón de su doble vida... Pero, al final, la razón de que aún viviera.
Miró con tristeza la mesita de noche, sobre la que había una bola que la mantendría imposibilitada para morder o morderse si volvía a darle una ataque. En el cajoncito, cerrado, había algunas jeringas con un anestésico poderoso, que esperaba sinceramente no tener que usar jamás.
Sí... Su linda, tierna y pequeña Violeta tenía El Virus. Lo había cogido probablemente de sus padres la misma noche en que estos habían muerto y Cassie la había sacado de ese revoltijo de piel y sangre. Cassandra no se había contagiado y aún no lograba encontrar un porqué.
Esa era la razón de tantos experimentos y problemas... Pero Cassie no iba a dejar que muriera la única persona por la que aún sentía algún aprecio.


El reloj de pared dio las seis y Cassie se levantó de la mecedora, le dio un beso en la frente a Violeta y apagó la luz de la mesa de noche.
...
Metió las manos en los bolsillos de la bata y se recostó contra la máquina expendedora de dulces. Miró por una de las pocas y pequeñas ventanas que había en el edificio. Llovía levemente y no había mucha gente allá en la calle, tres pisos abajo.
-Te ves aburrida... ¿No te fue bien anoche?
Cassie se sobresaltó y giró su cabeza, alarmada. Verónica estaba de pie frente a ella mirándola, sonriente, con la mano extendida, ofreciéndole un café con leche.
Cassandra asintió, soltando un suspiro de alivio y aceptó el café.
-Dentro de todo, me fue bien.
-¿Quieres...?
-No-. La cortó Cass de inmediato. Observó a Verónica casi con rabia. Se conocían desde la infancia y Cass estaba realmente agradecida de haber podido huir junto a ella y de trabajar en el mismo lugar. Confiaba en ella, pero en ocasiones era tan imprudente que habría preferido que tuviera la boca cosida.
-Tranquilízate-, le dijo con una risita, -sólo iba a decirte que fuéramos a charlar un rato en algún sitio.
Cassandra asintió y se frotó los ojos. Siguió a su amiga por un pasillo hasta una especie de sala de descanso que más parecía la sala de espera de un hospital.
Había algunos sillones de cuero muy limpios, una mesita de cuatro puestos, sillas blancas de plástico con patas metálicas, y dos ventanas que la suave lluvia golpeaba.
Una oficial las miraba desde una de las sillas blancas mientras bebía algo de una taza. Tenía las botas a medio abrochar y la correa de la falda sobre la mesita, con un taser en ella.
-Buenos días-. Dijo Verónica con voz tranquila a la oficial y se sentó en uno de los sillones.
Cass la saludó también con una sonrisa abierta y, por supuesto, hipócrita.
-Que el Gobernante vele por ustedes-. Les respondió la pelinegra con una voz más gruesa de lo que cabía esperar por su menuda figura.
-Y por usted también-. Respondieron las dos amigas al unísono.
Todos en ese maldito refugio lo consideraban un dios. Un guía, una protección, el único pensante, la ley absoluta... Iagh... Era un pobre idiota. Un pobre y miserable idiota lo suficientemente rápido para haber tomado el control de la situación.
La mujer siguió bebiendo de la taza, y cruzó las piernas para acomodarse un libro sobre ellas. Fingió leer mientras las miraba de reojo.

-Cass, no te ves muy feliz.
-No es nada importante... La casa se siente muy sola.
Observó como Verónica bajaba la mirada, dejando atrás la expresión alegre y amable que solía tener. A fin de cuentas, la situación de su amiga no era mucho mejor que la suya.
Verónica nos encontró a los tres días y entre ella y su hermano se encargaron de llevarnos a algún lugar, donde pudiéramos estar más seguras que bajo el techo de un parqueadero.
El cabello castaño se le empapó y su paraguas rojo salió volando cuando se cargó a Violeta en los hombros y me dio la mano para caminar hacia el automóvil en el que nos esperaba Andrés.
El camino al refugio no fue nada agradable.
Del árbol en la entrada colgaban cadáveres de más suicidas y la lluvia no disminuía.
-¿Quieres que te acompañe esta noche?
Cassie se sintió un tanto alarmada al sentir los ojos de la oficial clavados sobre ella.
Asintió con la cabeza y sonrió con dificultad. Verónica ya sonreía de nuevo.


La oficial puso la taza sobre la mesita con fuerza y se llevó la mano al oído. Su expresión estoica había cambiado a una de preocupación.
Verónica y Cassandra se miraron con curiosidad, la respuesta llegó a ellas sin necesidad de pedirla.
A la vez que la oficial se abrochaba las botas y se ponía de pie, acomodándose su boina verde y negra, una piedra quebró los vidrios de una de las ventanas y la algarabía de la calle llegó hasta ellas.
La oficial corrió hacia la ventana rota y se asomó.
-¡Carajo!
Se retiro a tiempo de esquivar una segunda roca que entraba justo por el mismo sitio que la primera.
El sonido de sus botas golpeando el piso retumbó en la habitación cuando salió corriendo asegurándose el taser a la falda.


Cassie miró a Verónica y ambas se acercaron al vidrio quebrado para tener alguna visión del exterior.
El olor característico de las bombas de humo caseras subía hasta el lugar. Había bastantes personas reunidas tres o cuatro grupos distintos, llevaban carteles con letras rojas y gritaban algo con ritmo que ninguna llegaba a entender del todo.
Una voz amplificada se alzó sobre las demás.
-Ratas de laboratorio, entreguen sus instalaciones. No más mentiras ni opresiones.
Una pregunta comenzaba a formularse en la cabeza de Cassie: ¿Qué estaría cubriendo La Resistencia bajo todo ese alboroto?
Se alejó de la ventana y sonrió divertida.
jueves, 15 de abril de 2010

Capítulo 2



No había mucha gente en las calles. El toque de queda estaba a minutos de ser anunciado y Cassie no entendía por que tenían que hacer las cosas tan complicadas.
Llevaba un gabán negro que le cubría casi todo el cuerpo, unas gafas oscuras, una bufanda azul y unas botas altas. Hacía frío y no tenía deseo alguno de ser reconocida.
Diez minutos sentada en la misma banca mugrosa la estaban sacando de quicio... Pero no podía quejarse, el dueño del artículo era el dueño de las condiciones.
Cinco minutos más tarde, cuando se disponía a largarse a su casa, un hombre vestido meticulosamente se aproximó a ella y le tendió la mano. Cassie ocultó rápidamente su cara de exasperación y aceptó la mano que el hombre le ofrecía para ponerse de pie.

Caminaron en silencio un par de minutos. El hombre, que le había dicho se llamaba Esteban, volteaba a verla de vez en cuando y esto no la fastidiaba del todo. Sólo se habían visto antes un par de veces y habían hablado de negocios. Pero no era tan mal parecido. ¿Cuántos años tendría? Seis o siete más que ella, a lo sumo. Parecía estar próximo a cumplir los treinta, pero su forma de vestir demasiado sobria lo hacía parecer un poco mayor.
Los oficiales en sus uniformes negros y verdes que había en las esquinas los miraban con expresión indiferente, como si no los vieran. Pero otros, que caminaban por ahí, dejaban ver a la perfección sus ansias de encontrarlos aún caminando por las calles luego de que la bocina anunciara el toque de queda. Lo único que despertaban en Cass era desprecio.

Se detuvieron bajo una lámpara sucia y se abrazaron, fingiendo ser un par de enamorados que se susurraban dulces palabras al oído. Ambos sonreían y soltaban suspiros.
-¿Ya lo has conseguido? -. Susurró Cassie al oído del hombre con voz melosa y una sonrisa en su rostro.
-Mi pregunta es si ya tienes la paga -. Le respondió este mientras le acariciaba la cabeza con suavidad, enredando sus dedos en la peluca que escondía el cabello real de la muchacha. -Tomas demasiadas precauciones.
-Nunca serán suficientes. Desconfían hasta de su propia sombra -. Se apretó contra él, simulando tener frío para que él la abrazase por completo, así pudo meter su mano derecha al bolsillo de su gabán para sacar una pequeña bolsa. Luego fingió temblar mientras soltaba una risa tonta para meter las manos dentro del abrigo de él y comenzar a palpar para buscar un bolsillo.
-Vamos... Me haces pensar que quieres algo diferente... -Su voz era insinuante y Cassie sabía que no estaba fingiendo.
-Sabes que son sólo negocios -. Trataba de sonar seria e incluso enojada, pero la cercanía y el tiempo que llevaba sin hacer absolutamente nada con alguien más habían hecho que su sangre comenzara a hervir.
Él rió con suavidad mientras ella dejaba caer la bolsita en el bolsillo que a propósito se había tardado en encontrar.
-Como sea... Llegaste tarde, y vamos a tener que pasar la noche juntos de todas formas.
Se apretó contra él, disfrutando un momento del efecto que causaban sus palabras y el contacto entre ambos; se soltó con rapidez al ver acercarse a uno de los oficiales.
Su compañero se dio la vuelta y lo miró fijamente.
-Las demostraciones de afecto públicas no están bien recibidas.
Ni un saludo, ni un "perdonen", ni nada.
-Lo sentimos, señor, no va a suceder de nuevo.
El oficial agarró a Cassie por el codo, haciéndole algo de daño y la apartó de su compañero. Ésta no opuso resistencia, sabiendo que podía derivar de ello.
-Eso espero. Pero como un recordatorio, muñeca -: golpeó a Cassie en el rostro con el reverso de su mano y luego rió. -Váyanse a no ser que quieran estar fuera cuando dé comienzo.
Mientras bajaba sus ojos al piso y se llenaba de odio pudo ver como la boca de Esteban se curvaba en una pequeña sonrisa. Disfrutaba de ello. El vulgo disfrutaba de los golpes siempre que no estuvieran sufriéndolos ellos... Nadie hace nada por nadie.


...La cabeza del oficial rodó por el suelo y la sangre salpicó a todos los que estaban cerca. Pudieron ver como rodaba para ir a parar en la parte baja de las escaleras del edificio del Gobernante.
No lo veía, pero yo sabía que él estaba allí... Lo sabía. Y sabía que estaba comiéndose las uñas como un tonto lleno de miedo... ¿Acaso sería él el próximo?
Idiota. ¡Paranoico absurdo!
La mirada vacía del oficial que hay en el suelo te explica muy bien que pienso de ti y de tu estúpida forma de llevar la vida de todos... ¡¿No es cierto?!...

Pero las cosas no sucedieron así por mucho que Cassie viera las imágenes con total claridad en su cabeza. No... Porque no podría hacer algo así sin que los demás oficiales la mataran al instante. Tal vez ni podría llegar a su cuello con la navaja que tenía oculta en los bolsillos de su gabán, no podría nunca sentir la calidez de la sangre del idiota que le había dejado un par de moretones en el rostro y le había reventado la mejilla internamente. No. Tendría que conformarse con el sabor de su propia sangre invadiendo su boca.
Volvió al mundo y se percató que estaba sólo a una cuadra de distancia del oficial que le había dado una bofetada. Caminaba a paso rápido y Esteban la llevaba prácticamente a rastras.
-Cosas que hay que soportar. Siempre tendremos con lo que evadirlo más tarde, ¿no?
Cassie alzó el rostro y le dirigió una sonrisa completamente falsa. Sabía a que se refería con la evasión. A lo que ella le había dado de pago por las piezas de cambio de su microscopio. Drogas, pastillas tontas que embotaban los sentidos. Ella no las usaba, pero sabía como hacerlas... Había descubierto que eran una forma de pago fabulosa.

Giraron a la derecha un par de veces. Caminaban por una calle estrecha, no muy agradable a la vista. Había algunos animales merodeando y los gatos maullaban lastimeramente, rogando por algo de comer.
Un sonido metálico hizo que ambos se quedaran estáticos. Reconocían el "clic" del seguro de un arma al retirarse.
-Lo que tengan. Entréguenlo.
Un hombre les apuntaba con un arma desde atrás.
Esteban comenzó a girarse lentamente.
-Quieto. Déjelo todo en el piso y lárguese.
La voz del hombre no sonaba muy segura. Idiota. ¿Por qué había tantos imbéciles por ahí?
-Tranquilo... Ya lo dejo... Ya lo dejo...
Esteban se agachó poco a poco y Cassie lo miró antes de imitarlo.
-A la de tres.
-Cállense.
Cassie estaba a punto de estallar a carcajadas. Era realmente idiota, realmente idiota.
-Tres.
Cassie se dio la vuelta lo más rápido que pudo mientras sacaba su pistola. La amaba más que a muchas cosas que había tenido, incluso que a personas que había conocido.
Pero Esteban era más rápido que ella, y cuando Cassie iba a disparar, el hombre ya caía al suelo. El disparo de la pistola de Esteban había sido un ruido amortiguado, ahogado.
-¿Silenciador?
-Obligatorio.
Cassie asintió mientras sonreía, esta vez con sinceridad. Por lo menos alguien estaba consciente de la realidad.
Su compañero se dirigió hacia el cuerpo y luego de darle una que otra vuelta se decidió por no tocarlo y sólo dejarlo allí tirado, como la basura que era.
-Es una zona que no le interesa demasiado al gobierno... Los que viven aquí son poco más que escoria para ellos... Es un escondite excelente de la ley, pero algo peligroso como ves.
Cassie asintió mientras se ponía en pie y escuchaba la bocina que avisaba el comienzo del toque de queda.
-Mierda...
Que sea insignificante no quiere decir que no les agrade venir a abusar de los que están en las calles.
Corrió hacia ella y la tomó de la muñeca mientras buscaba algo en de su pantalón.
Las llaves hicieron un ruido tintineante al salir del bolsillo. Se detuvieron en una casa con las cortinas corridas y Esteban abrió lo más rápido que le permitía su nerviosismo. Cassie vigilaba a ambos lados de la calle. Un perro ladró y un gato salió corriendo frente a ellos.


Él cerró la puerta tras ella y se dejó caer en una silla sucia.
Cassie miró con desconfianza el lugar. No tenía otro done pasar la noche. Pero eso parecía todo menos una casa.
Las paredes sucias y amarillentas, un televisor viejo, un sofá roto, una mesita de café manchada con un papel como soporte de una pata. Un pasillo con una puerta al final, cerrada. Un baño sin puerta, una cocina mugrosa y una nevera con dos cervezas, nada más.
Esteban se quitó el abrigo y lo puso sobre un perchero que había en el pasillo. Tenía una camisa negra, sencilla, con un bolsillo en el lado izquierdo del pecho.
-Vamos... Siéntete como en tu casa.
Definitivamente no se sentía como en su casa. Se resignó y se quitó el gabán, lo colgó sobre el abrigo de él.
Dió unos cuantos pasos en silencio, observando la enorme nada del apartamento. El timbre de un teléfono celular la sacó de su ensimismamiento.
-Disculpa. No tardo.
Él contestó y se dirigió hasta la puerta del fondo, se metió en la habitación.
Regla N°1 de la supervivencia: no confíes en nadie.

Se quitó sus botas en silencio y se deslizó lo más sigilosamente que pudo por el corredor sin luz hasta la puerta del fondo, por donde había desaparecido su compañero. No estaba cerrada por completo, una franja de luz amarilla salía de ahí, como tratando de escapar.
Se quedó muy quieta, recostada contra la pared izquierda, escuchando.
-Sí, te aseguro que lo es.
La voz se oía amortiguada, pero si ella sabía hacer algo bien, era escuchar sin que la notaran.
-La tengo conmigo. Sí. No, no sabe.
Hubo un silencio en el que Cassie contuvo la respiración; la conversación continuó.
-No... No me habías prometido tan poco.
La voz de esteban sonaba exasperada.
-Pidió equipos de reemplazo para un microscopio. ¡Claro que está haciendo ese tipo de investigaciones!
Se mordió los labios. Estaba en un problema de unas proporciones encantadoras.
-Muy bien... Esa sí es la suma acordada. ¡¿Cómo que no la tienes aún?! Está bien... Pero sólo hasta las tres de la mañana, sería demasiado arriesgado más tarde.
Algunas risas que Cassie consideró de las más desagradables que alguna vez había escuchado se escaparon de la habitación, pisoteando la luz al salir.
-Sí... De todas formas no está del todo mal.
De nuevo las risas.
-Entonces la mantendré "ocupada" hasta que ustedes lleguen.
Esa era la señal para regresar a donde aquel traidor la había dejado antes de cometer tan imprudente acto.

Se sentó en el sofá y se agachó para que él pensara que acababa de sacarse las botas.
No había estado equivocada. Segundos después, Esteban estaba de pie frente a ella.
-Veo que te acomodaste.
Ella le sonrió y lo invitó a sentarse a su lado.
-Me parecía que quedarme con estas botas toda la noche no iba a ser muy cómodo.
Él no se sentó, si no que fue hacia la nevera y sacó de allí las dos cervezas, le ofreció una. Cass declinó el ofrecimiento, pero se puso de pie y fue hacia él con una sonrisa insinuante en los labios.
-Podríamos animarnos un poco más con esto...
Abrió la palma de su mano y reveló dos pequeñas píldoras azules.
Consejo: no subestimes a tu presa.
Los ojos del hombre se abrieron más de lo usual, dejando ver un deseo profundo por lo que ella le ofrecía.
Cass cerró la mano y lo miró fijamente, aún conservaba la sonrisa bailándole en los labios.
-¿Dónde están los equipos?
Él abrió de nuevo la nevera, jalando la puerta con impaciencia, y dejó las cervezas dentro de nuevo a la vez que sacaba una bolsa de plástico negra. Ella examinó su contenido y sonrió complacida. Estaba lo que había pedido.
Le entregó una de las píldoras. Él la tomó de inmediato y la pasó con agua.
Cassie sonrió con cinismo y lo miró fijamente.
-Esta tarda un poco... Pero vale la pena.
Su voz era como un ronroneo, lo invitaba a darse libertades.
-Sé que no eres mala haciendo estas.
Esteban posó su mano sobre el hombro de Cassie y con la otra le acarició el cabello de nuevo.
-¿No vas a tomar la tuya?
Ella negó con la cabeza.
-Quiero estar consciente de lo que vamos a hacer.
Lo agarró de la camisa y lo jaló hacia ella para besarlo. Estaba a punto de explotar de la risa, pero tenía que contenerse.
Él respondió al beso de una forma casi frenética. La agarró con fuerza por la cintura y la apretó contra una de las paredes.
Los latidos del corazón de Cassie se aceleraron casi al instante. Llevaba meses sin estar con alguien, sentía una necesidad casi irreprimible de quitarle la camisa a mordiscos. Se contentó con clavarle las uñas bajo ella.
Él exhaló un suspiro y la agarró por la muñeca. La jaló hasta la habitación del fondo del pasillo. Ella no opuso resistencia.


Una cama con sábanas blancas, un a cobija azul doblada sobre una silla junto a la pared derecha, una ventana con las cortinas cerradas y nada más.
Él la besó de nuevo mientras la acariciaba bajo la camisa.
Cassie sintió el roce de los dedos y se estremeció, pero decidió que tenía que apurarse, antes de que la pastilla hiciera efecto. Comenzó a desabotonarle la camisa. Pero él parecía estar más impaciente que ella; jaló la camisa y reventó los tres últimos botones. Inmediatamente después, le quitó a Cassie la suya de un tirón.
Ella lo empujó hasta la cama y lo lanzó con algo de fuerza. Luego, subió y se acomodó sobre él, con las rodillas separadas, apoyadas una a cada lado, sobre la cama.
Le recorrió el pecho y el abdomen con las manos, no estaba nada mal, para nada mal. Él la miró de arriba a abajo, tampoco estaba mal, su cuerpo era esbelto y sus senos eran firmes, y para nada pequeños.
Cassie le clavó los dientes en el cuello y bajó, besándolo, hasta el borde del pantalón. Él la agarró por los hombros y le dio la vuelta para quedar sobre ella. Se desabrochó el pantalón y se lo quitó con rapidez. Hizo lo mismo con el de la chica mientras le recorría las piernas con besos afanosos.
Cassandra se estremeció y soltó un suspiro. Sentía el calor que se escapaba de su cuerpo, se nublaba su vista, pero su sentido del oído se hacía más agudo; podía escuchar el corazón de Esteban latir con fuerza, enviando sangre a todos los rincones de su cuerpo, subiendo la temperatura.
Él le quitó el sostén con los dientes. Las manos de Cassie le recorrían la espalda, deseando desgarrarle la carne. Era un momento extraño, la pasión y el odio que sentía se juntaban y hacían que sus uñas dejaran marcas rojas en la espalda del hombre que ahora dejaba descansar su peso sobre ella, aprisionándola contra la cama, dificultándole la respiración. Y eso sólo hacía de ella alguien más violento, menos racional.
El hombre soltó un quejido y la miró fijamente a los ojos.
-No tan fuerte, muñeca.
Muñeca, muñeca, bofetada, risa, hipocresía, muñeca...

A la vez que Cassie dejaba caer las manos, laxas, a los lados de su cuerpo, Esteban se dejó caer junto a ella.
La ira en que se habían transformado su pasión y su odio al escuchar como él la llamaba muñeca invadió todo su cuerpo y le hizo cosquillas.
Mientras Esteban se ponía pálido y se arañaba la sien, presa de un fuerte dolor de cabeza, Cassie estallaba en carcajadas.
Se reía, histérica, acostada junto a él, con el sostén a medio quitar. Se reía mientras él se retorcía y no alcanzaba a mirarla con asombro o con odio.
Y ella aún se reía cuando se levantó de la cama y se abrochó el sostén. Aún se reía cuando le tomó el pulso a Esteban, comprobando que estaba muerto.


Sonreía y tarareaba una canción mientras se arreglaba frente al espejo del baño.
Aún sin la camisa, pero con el jean ya en su lugar, se arreglaba el lacio, corto y negro cabello de su peluca mientras miraba sus brillantes ojos azules en el espejo. Bonitos lentes de contacto.
Salió del baño descalza y caminó hacia el perchero cerca de la puerta mientras se abotonaba la camisa. Dejó caer su gabán al suelo para buscar la bolsita que le había dado de paga al idiota que había cometido el error de tratar de engañarla.
Luego de ponerse las botas y el gabán, se dirigió de nuevo a la habitación mientras guardaba la bolsita en uno de sus bolsillos.
Él seguía tendido sobre la cama... Claro... ¿A dónde iba a ir un muerto?
Lo examinó superficialmente, la pastilla que le había dado tenía una toxina que le había aumentado el ritmo cardíaco y había debilitado las paredes de sus vasos sanguíneos. La presión en su cabeza se había hecho insufrible, probablemente se le habían reventado un par de capilares. El corazón no había soportado el ritmo y, finalmente, había terminado por detenerse, ya sin fuerzas.
Aún sabiendo esto, habiéndolas fabricado ella misma, Cassandra no esperaba que la pastilla actuara tan rápido. El recubrimiento debía tardar un poco más en deshacerse. Pero debía haberlo supuesto, ya que ella misma había contribuido a acelerar el efecto.
-Debería haberte sacado los ojos o algo así.
Lo miró de soslayo. Definitivamente esas cosas no le resultaban bien, nuevamente pasaría meses sin acercarse a alguien de esa manera.
Recogió la ropa del piso y la dobló, dejándola sobre el cuerpo que se enfriaba.
Se dio la vuelta y tomó la bolsa con las piezas para el microscopio. Miró su reloj. Dos y cuarto. Apagó todas las luces y salió por la puerta del frente. No había otra manera.

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Ximena Soto Osorio
Medellín, Antioquia, Colombia
Si todos nos empeñáramos en dejar de crecer y seguir viendo todo con los ojos de la niñez la vida se haría más hermosa y más real dentro de nuestra propia irrealidad.
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