Images Copyright & Soundtrack

Las imágenes de este blog son tomadas, en su mayoría de Deviantart. Ninguna es de mi autoría a no ser que así se especifique en la entrada.
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Al final del blog hay una lista de reproducción que podría hacerles más amena la lectura de la historia. Espero la disfruten.
domingo, 26 de junio de 2011

Capítulo 8: Dios, parte I

El cuarto producía la misma sensación que el cielo gris en el exterior. La tormenta aún no comenzaba, pero estaba próxima y quedaba más de la mitad de la noche para escuchar al viento aullar y a las goteras caer dentro del balde junto a la puerta.

Había una sola cama y el pequeño estaba acurrucado temblando a pesar de estar bajo una manta raída. Cass miraba por la ventana sin poder lograr reunir el cansancio o el sueño suficiente para echarse también a la cama y dormir. No se atrevía a quitarse la peluca ni los lentes de contacto, daba igual si era sólo un chiquillo, quien sabe que rayos podría saber o a quien podría conocer.
Se dejó caer al suelo, deslizándose por la pared y se frotó la cara con ambas manos. No entendía del todo por qué había dejado que el niño la acompañara.
Un trueno retumbó y la lluvia se decidió a caer, un rayo iluminó la habitación, de nuevo, el trueno. El pequeño (a quien ni siquiera había preguntado su nombre) se sobresaltó y abrió los ojos. Se sentó mirando hacia afuera y como las gotas empapaban el exterior con rapidez.
-La lluvia nos limpia.
Cassie alzó el rostro para asegurarse que quien había hablado sí había sido el pequeño.
-¿Cómo?- Preguntó observándolo de reojo.
-Que la lluvia nos limpia. Lava lo que hemos hecho mal. Así llegamos más limpios al Cielo.
Cassandra se echó a reír.
-Tonterías. Dios no existe. Y si existe se ha ido de vacaciones a otro mundo. Ha decidido que un lugar como este no vale la pena cuidarlo.
El pequeño la miró, molesto.
-Eso no es cierto. Dios existe. Dios está entre nosotros. Dios nos mantiene con vida.
-¿Con vida? ¡¿Esto es vivir?! Todos los días me despierto sin desearlo. Cada noche es una tortura porque, al irme a dormir, sé que despertaré para ver más gris, más muerte, más lágrimas, más dolor y más y más. ¿Vivir? No niño, uno en este mundo no vive, sobrevive.
Él le lanzó una mirada indescifrable y luego se echó de nuevo sobre la cama, con las manos y los pies muy abiertos y extendidos sin decir nada.
Eso era todo lo que podía soportar por el día. Apagó la luz y se echó junto al pequeño, que ocupaba gran parte de la cama en la posición en la que estaba. No lo movió ni se arropó, sólo se quedó allí, mirando la pared, escuchándolo a él respirar, pensando en un ser que los había abandonado hacía ya mucho.

"La lluvia nos limpia. El agua lava nuestros pecados. No iremos a ningún lugar mientras el fuego que nos lacera la piel no sea extinguido por la lluvia. Será nuestro hogar el limbo mientras no decidamos deshacernos bajo las gotas de sal."


Se despertó sobresaltada, afuera la mañana apenas comenzaba y unos pequeños rayos de sol se colaban por entre las mugrientas cortinas de la habitación.
Tocaban su puerta con una insistencia insoportable. Se puso de pie con esfuerzo, como si la cabeza se le fuese a caer; le daba vueltas, se sentía hecha un desastre.
Antes de abrir se miró al espejo para acomodarse cualquier cosa que se le pudiese haber desacomodado del disfraz durante la noche.
Los golpes persistían y pudo escuchar que decían algo, pero no entendía.
Abrió de mala gana y se recostó en el marco de la puerta. Un hombre de aspecto despeinado y descuidado la observaba. Llevaba un jean roto y una camiseta sucia metida a medias dentro del pantalón, que se sostenía por un cordón y no una correa.
-Vamos, pelirroja. Ya pasaste la noche, es hora de que te marches.
Cassie lo miró con desagrado, le producían asco tanto su forma de vestir como su aliento nauseabundo y sus dientes amarillos.
No le respondió, se limitó a darle la espalda y a observar la cama, que estaba vacía. Se preguntó a donde había ido el niño, pero no le preocupó realmente. Tal vez había corrido con la suerte de que el niño entendiera que a ella no le importaba.
Salió de la habitación aún sin decir nada y esperó a salir para leer el papel que le había entregado David.

...

No era cierto, no podía ser cierto.
Estuvo todo el día rondando por ahí, tratando de conseguir contáctos sin éxito y ahora... Ahora se topaba con esto.
¿Quién rayos podía entrar ahí con ganas?
El agujero estaba cubierto por tablas y escombros y parecía que el techo estuviera a punto de caerse. No tenía idea como iba a abrirse paso hacia dentro, la dirección tenía que estar mal.
Observaba la entrada al subterráneo con desagrado. Había de esas por toda la ciudad, pero todas estaban selladas, descuidadas. Cuando había llegado al Refugio, que anteriormente había sido una ciudad bastante grande, las entradas al subterráneo ya estaban selladas y no quería ni imaginarse lo que pudiera haber allí dentro. Tal vez hasta quedarían retazos de la enfermedad. ¿Acaso David quería matarla? Le pareció poco probable, pero aún así la posibilidad estaba.
De igual forma, esa entrada al subterráneo estaba metida casi en el corazón de los barrios malos y parecía que alguien había removido un poco los escombros para dejar un pequeño agujero por el cual había que entrar gateando.
-Dios... David, tienes que estar bromeando...
Se agachó para me ter la cabeza por el agujero. Dentro estaba oscuro, sin embargo le pareció ver una luz a lo lejos, tal vez eran sus ojos jugando con ella.
Tragó saliva y entró con los ojos bien abiertos.


Una vez que estuvo dentro por completo pudo ponerse de pie. Lo que había visto era cierto, sí había una luz a lo lejos. Comenzó a caminar hacia ella.
Las paredes a su alrededor estaban hechas de baldosa fría y pintura descascarada. A medida que avanzaba las iba viendo con más claridad. La fuente de luz estaba a la vuelta de una esquina, aunque no se atrevía a llegar hasta allí aún, así que iba lentamente, observando todo. Como el piso estaba lleno de mugre, de polvo, de chicles viejos y pedazos de vidrios rotos y como las paredes iban dejando paso a otro par de corredores, posiblemente usados alguna vez para dirigirse a las diferentes líneas del subterráneo.
Si los túneles no estaban tapados, el laberinto podía conectar toda la ciudad, incluso las partes que se habían quedado fuera de las paredes de contención. Cassie se mordió los labios, estaba nerviosa, pero veía los pasadizos como una forma más simple de moverse por la ciudad. Aunque le preocupaba como iba a hacer para salir de allí si algo terminaba mal.

Llegó casi al final del pasillo y, haciendo acopio de todas su fuerzas, giró en la esquina hacia la fuente de luz mientras sostenía entre sus dedos la pequeña pistola que nunca dejaba lejos de ella.
Para su sorpresa, estaba vacío. Había una triste lámpara de neón blanco que titilaba a medio colgar del techo a la derecha.
Se encontraba en una plataforma del subterráneo y hacía un calor insufrible, le era difícil respirar, el aire estaba viciado, lleno de suciedad y de un olor dulzón que se parecía al de materia orgánica en estado de descomposición.
A su izquierda había unas escaleras a las que no se podía acceder, pues estaban tapadas por una reja de hierro, y más al fondo se extendía el túnel por el que debió de haber transitado el tren del subterráneo alguna vez.
A la derecha estaba la lámpara solitaria que ni siquiera se mecía por la falta de algo que la impulsara. Había algunas sillas de madera a medio deshacer, llenas de nombres en marcador. Sobre ellas un mapa, casi entero, de las siete líneas que tenía el subterráneo. Y a su lado un graffiti rojo que decía: "Dios se ha marchado".
Cassie bajó la mirada recordando la conversación de la noche anterior. Sí. Dios se ha marchado.
Más allá no había nada, sólo paredes manchadas y charcos de agua en el suelo, además del túnel del tren.


Todo parecía vacío.
Preocupada, se preguntó si debió de haber entrado allí alguna vez. Tenía que regresar.
Y se disponía hacerlo cuando comenzó a escuchar un sonido metálico, como de una vara de metal golpeando contra otra. Venía del lado derecho.
Lentamente alzó la pistola apuntando hacia la boca del túnel. No pasó nada, sólo que el ruido se hacía cada vez más fuerte, como si se acercara.
Le sudaban las manos y la cabeza, pero no era por el calor, era un sudor frío que la hacía estremecerse, su cabeza daba vueltas, le era sumamente complicado respirar y mantenerse en pie. Apretó el índice contra el gatillo y comenzó a temblar, el sonido era insufrible, iba a reventarle los tímpanos. Por Dios, que alguien la librara de esa agonía. El sonido hacía eco y se colaba por todos los poros de su piel, era terrible. La cabeza le martilleaba, podía sentir lo que fuera que se acercara cada vez más fuerte.
Cuando pensaba que no podría resistir más el ruido cesó de repente.
Cassie se quedó allí, estática, con el arma aún apuntando, con nubes de luces moradas en los ojos que no la dejaban enfocar y con los pies temblorosos. Un repentino temor de que alguien la tomara desprevenida por la espalda se apoderó de ella. Pero no se atrevía a voltear.
Luego de un par de segundos en silencio total que parecieron mil años, recobró el movimiento de sus piernas y comenzó a caminar lentamente hacia el borde de la plataforma. Se preguntaba si los rieles aún estarían electrificados y cuanto tardaría en morir si caía dentro.
Una silueta se asomó al borde del túnel lentamente, caminaba arrastrando uno de los pies y llevaba algo agarrado con la mano derecha, tal vez una vara de metal. Aquello era lo que producía el ruido.
Instintivamente, Cassie jaló el gatillo.

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Ximena Soto Osorio
Medellín, Antioquia, Colombia
Si todos nos empeñáramos en dejar de crecer y seguir viendo todo con los ojos de la niñez la vida se haría más hermosa y más real dentro de nuestra propia irrealidad.
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