Images Copyright & Soundtrack

Las imágenes de este blog son tomadas, en su mayoría de Deviantart. Ninguna es de mi autoría a no ser que así se especifique en la entrada.
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Al final del blog hay una lista de reproducción que podría hacerles más amena la lectura de la historia. Espero la disfruten.
sábado, 1 de mayo de 2010

Capítulo 3



Recorrió las calles mal iluminadas.
Por lo menos podía moverse entre las sombras y escuchar. Era lo único que podía hacer y probablemente lo único que daría resultado. Los oficiales no eran precisamente silenciosos, sus ansias de llevar a alguien arrastrado del pelo (o de la piel) a su amo a cambio de una galleta no se disimulaban bien, además el sadismo que los caracterizaba hacía que su respiración se agitara y sus pisadas se hicieran más pesadas.
Su casa no estaba demasiado lejos, pero tenía que irse con cuidado. Deteniéndose en cada esquina, escuchando cada dos o tres pasos, siempre girando la cabeza para ver quien venía tras ella... Y aún con todo eso, seguía con una especie de risa atrancada en las comisuras de su boca. El peligro sólo hacía que las cosquillas continuaran expandiéndose por todo su cuerpo, apoderándose de todo lo que era.
Detuvo su recorrido tras un edificio de ladrillos no muy bien cuidado. Se recostó contra la pared y escuchó un momento: nada. Se agachó y abrió con dificultad un a tapa de alcantarillado. Se lanzó al negro agujero. No era muy hondo, sólo lo suficiente para que pudiera caminar completamente erguida.
Se quedó quieta otra vez... Estaba segura de haber visto las botas de una oficial asomándose en la esquina del frente. Tragó saliva. Claro... Las oficiales casi nunca patrullaban en la noche, pero si lo hacían eran tres veces más silenciosas que los hombres y por tanto un mayor problema.
Se mordió los labios mientras esperaba metida en tan poco acogedor agujero. Pudo escuchar los pasos cuando la oficial se acercó. Sí... No se había equivocado y ahora toda aquella huida iba a ser inútil. Pero la oficial pasó derecho, no notó el agujero abierto.
Cass aguardó un poco más y se empinó para tomar la tapa y cerrar sobre ella. La oscuridad se hizo implacable por unos momentos.

Además de oscuro, estaba húmedo y olía mal. Detestaba tener que usar esa entrada, pero aquella noche no tenía de otra. Se tragó sus náuseas y esquivó una rata mientras continuaba su camino.
No tuvo que andar mucho tiempo para hallar una nueva rejilla en la pared derecha del túnel. Casi vomitó cuando sus manos tocaron algo viscoso en la pared. De nuevo bloqueó sus sentidos por un momento y recuperó la calma. Arrastró su mano derecha por la pared húmeda, fría y resbaladiza hasta encontrar el asidero de la rejilla.
Esta era bastante más pequeña que la tapa que había levantado en la calle. Tiró de ella sin usar demasiada fuerza y abrió con un chillido. El eco retumbó por todo el túnel. Algunas ratas más pasaron entre sus pies.
Se restregó la mano contra el gabán y se metió en el agujero que había dejado la rejilla al abrirse. Era mucho más pequeño que en el que se encontraba, tuvo que meterse arrastrada y comenzar a gatear para poder avanzar.
Luego de unos diez o doce pasos en la misma posición halló otra rejilla y la abrió de la misma manera. Una vez fuera del incómodo lugar tuvo que regresar a él para cerrar ambas rejillas. Resopló con asco y enfado. Pero aliviada.


Se recostó contra la fría pared para respirar un rato el aire de su laboratorio. Olía a químicos y desinfectante. No al conjunto de porquerías en descomposición de los alcantarillados del refugio.
No pensaba en otra cosa que no fuera tomar un baño.
Se alzó ayudándose del muro y encendió un interruptor. La luz tardó algo en encender y titiló un poco mientras las lámparas en el techo emitían un sonido efervescente. El cambio le lastimó los ojos, pero no tardaría mucho en acostumbrarse. Corrió un pequeño sillón de descanso para tapar la rejilla por la que había salido y se deshizo allí mismo de toda la ropa sucia que llevaba encima, se arrancó la peluca y se quitó los lentes de contacto casi haciéndose daño. Sólo quería lavarse por completo.
Pero estaba demasiado cansada para ponerse de pie e ir hacia el otro extremo de la sala, meterse en la cabina transparente para duchas de emergencia y restregarse el alma hasta que le quedara transparente. Así que se dejó caer sobre las frías baldosas de su laboratorio, sintiendo su helado tacto como un retorno a la realidad, a su realidad.
Giró la cabeza, dejando que algo de su cabello le cayera sobre la cara. Observó el laboratorio desde abajo, se sentía tranquila y en cierto modo repudiaba lo que había hecho con Esteban. Como sea... Se lo había ganado el solito por comportarse como un perfecto idiota y tratar de engañarla. Ella no estaba para perdonar esa clase de cosas. Las cosas se hacían a su manera o tenían consecuencias nefastas. Punto.


Pasado un rato volvió a ponerse en pie, bordeó la mesa central de su pequeño laboratorio y fue hacia la cabina para lavarse en caso de entrar en contacto con algún químico. Corrió la cortina de plástico, se metió dentro y abrió la llave.
El agua estaba helada y golpeaba la cortina produciendo un ruido grave y amortiguado. La golpeaba con fuerza por ser a presión, casi le quemaba la piel... Aunque probablemente era eso lo que necesitaba.
Se frotó la piel con demasiada fuerza, como tratando de mudarla. El agua le martillaba la cabeza, era como si el tañido de una campana mugrosa se esparciera por cada rincón de su cuerpo y retumbara, con fuerza, atacándola, llenando todo lo que era.
Se agarró con una mano de la cortina, produciendo un sonido similar al de bolsas al estrecharse, mientras con la otra sostenía su cabeza desde la frente, agarrándose el cabello con fuerza. Las imágenes de esa noche se mezclaban en su mente: La espera, Esteban, sus manos, verlo retorcerse, risas, silencio. Se clavó las uñas con tanta fuerza que se hizo un par de heridas.
Finalmente, cerró la llave y salió de la cabina.

Caminó hacia una serie de cajones a la izquierda de la cabina, sin importarle si dejaba un rastro de agua tras ella, y sacó una toalla, con la que se secó el cuerpo y que luego lanzó junto a la ropa sucia, al otro lado del laboratorio.
Fue hacia un perchero a la derecha de la habitación para tomar una bata blanca y ponérsela más por costumbre que por necesidad. Aún así, su largo cabello hacía que algunas gotas heladas de agua bajaran ocasionalmente por su pecho y por su espalda, hasta sus pies, acariciándola y haciéndola temblar.
Sabía que no iba a poder dormir, así que agarró la bolsita con las piezas para reparar su microscopio y se dejó caer en el suelo. No era tan difícil. Dejando, dos horas más tarde, sobre un escritorio a la derecha un destornillador y algunas otras herramientas, se levantó y estiró los brazos. Bostezó y miró el reloj que había sobre el escritorio. Cinco en punto.
Tomó el microscopio y lo conectó, lo probó con un par de muestras y se sintió satisfecha.
Regresó por la ropa y con una mano empujó un estante metálico lleno de soportes y libros que estaba a la izquierda, dejó al descubierto un agujero en la pared, suficientemente alto para que pasara caminando. La luz del laboratorio sólo dejaba ver el comienzo de unas escaleras.
Cass apagó la luz y se metió por el agujero, corriendo de nuevo el estante tras ella. Subió sin problemas (diecisiete escaleras) y en la parte más alta tuvo que correr un par de abrigos para salir por la puerta del armario de la habitación de su hermanita.


La luz estaba apagada, pero en la mesita de noche había una lámpara pequeña que alumbraba, tenue, un cuerpecito dormido y arropado.
Cassie acomodó la ropa en una silla y fue hacia la niña.
Tenía una máscara de oxígeno que le suministraba una pequeña dosis de anestesia continuamente y la mantenía dormida, en su brazo izquierdo había un catéter que la conectaba a su única forma de alimentarse.
La suave cobija café que la envolvía subía y bajaba con el ritmo acompasado de su respiración.
Cassandra se arrodilló junto a ella y le levantó la capul para darle un beso en la frente.
Miró con tristeza las correas que mantenían a Violeta estática y las esposas que le amarraban las muñecas al barandal de la cama.
Tal vez su hermanita era lo único que le importaba realmente.

-Violeta...
La tomé de la muñeca y comencé a correr, ella no parecía poder continuar, así que la alcé en brazos, no pesaba mucho, no me retrasaba.
Corrí... ¿Cuánto habré corrido? Sólo me detuve cuando hube llegado a un edificio que no habían terminado de construir.
Me resguardé con ella de la lluvia que comenzaba a caer, como para limpiar el dolor que se alzaba en todas las calles de la ciudad.
Ella seguía sin reaccionar. Sólo estaba allí, de pie, mirándome con esos enormes y hermosos ojos verdes. No podía comprender como algo tan hermoso había podido contemplar una masacre tan horrible.
Me arrodillé y le corrí el cabello corto y rubio de la cara, le peiné la capul y le acomodé su diadema. Ella no hizo nada. Le limpié la sangre de su rostro y ella siguió sin hacer el menor movimiento.
Me vi reflejada en sus ojos, incapaz de sonreírle y darle ánimos, me vi incapaz de contener las lágrimas y me eché a llorar.
Y ella fue hacia mí y me abrazó, me dio un beso en la mejilla y me acarició la cabeza hasta que cesó mi llanto.
-Duerme hermanita... No llores, ya ves que no estás sola.
...No lloro, tengo tu dulce vocecita...
-Déjame te cuido esta noche yo a ti.

Cass se sentó sobre una mecedora que había al lado de la cama de su hermana y le acarició la cabeza.
-"Encima de la laguna..."
Comenzó a susurrar una canción de cuna que su madre le había enseñado ya años atrás.
Violeta era la razón de sus experimentos, la razón de que se arriesgara tanto, la razón de su doble vida... Pero, al final, la razón de que aún viviera.
Miró con tristeza la mesita de noche, sobre la que había una bola que la mantendría imposibilitada para morder o morderse si volvía a darle una ataque. En el cajoncito, cerrado, había algunas jeringas con un anestésico poderoso, que esperaba sinceramente no tener que usar jamás.
Sí... Su linda, tierna y pequeña Violeta tenía El Virus. Lo había cogido probablemente de sus padres la misma noche en que estos habían muerto y Cassie la había sacado de ese revoltijo de piel y sangre. Cassandra no se había contagiado y aún no lograba encontrar un porqué.
Esa era la razón de tantos experimentos y problemas... Pero Cassie no iba a dejar que muriera la única persona por la que aún sentía algún aprecio.


El reloj de pared dio las seis y Cassie se levantó de la mecedora, le dio un beso en la frente a Violeta y apagó la luz de la mesa de noche.
...
Metió las manos en los bolsillos de la bata y se recostó contra la máquina expendedora de dulces. Miró por una de las pocas y pequeñas ventanas que había en el edificio. Llovía levemente y no había mucha gente allá en la calle, tres pisos abajo.
-Te ves aburrida... ¿No te fue bien anoche?
Cassie se sobresaltó y giró su cabeza, alarmada. Verónica estaba de pie frente a ella mirándola, sonriente, con la mano extendida, ofreciéndole un café con leche.
Cassandra asintió, soltando un suspiro de alivio y aceptó el café.
-Dentro de todo, me fue bien.
-¿Quieres...?
-No-. La cortó Cass de inmediato. Observó a Verónica casi con rabia. Se conocían desde la infancia y Cass estaba realmente agradecida de haber podido huir junto a ella y de trabajar en el mismo lugar. Confiaba en ella, pero en ocasiones era tan imprudente que habría preferido que tuviera la boca cosida.
-Tranquilízate-, le dijo con una risita, -sólo iba a decirte que fuéramos a charlar un rato en algún sitio.
Cassandra asintió y se frotó los ojos. Siguió a su amiga por un pasillo hasta una especie de sala de descanso que más parecía la sala de espera de un hospital.
Había algunos sillones de cuero muy limpios, una mesita de cuatro puestos, sillas blancas de plástico con patas metálicas, y dos ventanas que la suave lluvia golpeaba.
Una oficial las miraba desde una de las sillas blancas mientras bebía algo de una taza. Tenía las botas a medio abrochar y la correa de la falda sobre la mesita, con un taser en ella.
-Buenos días-. Dijo Verónica con voz tranquila a la oficial y se sentó en uno de los sillones.
Cass la saludó también con una sonrisa abierta y, por supuesto, hipócrita.
-Que el Gobernante vele por ustedes-. Les respondió la pelinegra con una voz más gruesa de lo que cabía esperar por su menuda figura.
-Y por usted también-. Respondieron las dos amigas al unísono.
Todos en ese maldito refugio lo consideraban un dios. Un guía, una protección, el único pensante, la ley absoluta... Iagh... Era un pobre idiota. Un pobre y miserable idiota lo suficientemente rápido para haber tomado el control de la situación.
La mujer siguió bebiendo de la taza, y cruzó las piernas para acomodarse un libro sobre ellas. Fingió leer mientras las miraba de reojo.

-Cass, no te ves muy feliz.
-No es nada importante... La casa se siente muy sola.
Observó como Verónica bajaba la mirada, dejando atrás la expresión alegre y amable que solía tener. A fin de cuentas, la situación de su amiga no era mucho mejor que la suya.
Verónica nos encontró a los tres días y entre ella y su hermano se encargaron de llevarnos a algún lugar, donde pudiéramos estar más seguras que bajo el techo de un parqueadero.
El cabello castaño se le empapó y su paraguas rojo salió volando cuando se cargó a Violeta en los hombros y me dio la mano para caminar hacia el automóvil en el que nos esperaba Andrés.
El camino al refugio no fue nada agradable.
Del árbol en la entrada colgaban cadáveres de más suicidas y la lluvia no disminuía.
-¿Quieres que te acompañe esta noche?
Cassie se sintió un tanto alarmada al sentir los ojos de la oficial clavados sobre ella.
Asintió con la cabeza y sonrió con dificultad. Verónica ya sonreía de nuevo.


La oficial puso la taza sobre la mesita con fuerza y se llevó la mano al oído. Su expresión estoica había cambiado a una de preocupación.
Verónica y Cassandra se miraron con curiosidad, la respuesta llegó a ellas sin necesidad de pedirla.
A la vez que la oficial se abrochaba las botas y se ponía de pie, acomodándose su boina verde y negra, una piedra quebró los vidrios de una de las ventanas y la algarabía de la calle llegó hasta ellas.
La oficial corrió hacia la ventana rota y se asomó.
-¡Carajo!
Se retiro a tiempo de esquivar una segunda roca que entraba justo por el mismo sitio que la primera.
El sonido de sus botas golpeando el piso retumbó en la habitación cuando salió corriendo asegurándose el taser a la falda.


Cassie miró a Verónica y ambas se acercaron al vidrio quebrado para tener alguna visión del exterior.
El olor característico de las bombas de humo caseras subía hasta el lugar. Había bastantes personas reunidas tres o cuatro grupos distintos, llevaban carteles con letras rojas y gritaban algo con ritmo que ninguna llegaba a entender del todo.
Una voz amplificada se alzó sobre las demás.
-Ratas de laboratorio, entreguen sus instalaciones. No más mentiras ni opresiones.
Una pregunta comenzaba a formularse en la cabeza de Cassie: ¿Qué estaría cubriendo La Resistencia bajo todo ese alboroto?
Se alejó de la ventana y sonrió divertida.

2 comentarios:

Sebastian Villa dijo...

Me enamoré profundamente de Cassie. Es una maldita.

Me encanta. No te imaginas cuanto

Ximena Soto Osorio dijo...

Mi gesto, así: =D

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Ximena Soto Osorio
Medellín, Antioquia, Colombia
Si todos nos empeñáramos en dejar de crecer y seguir viendo todo con los ojos de la niñez la vida se haría más hermosa y más real dentro de nuestra propia irrealidad.
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